Como lo reveló el prestigioso Laboratorio de Economía de la Educación (LEE), de la Pontificia Universidad Javeriana, Colombia tuvo en los últimos seis años un promedio de inversión en ciencia y tecnología del 0,3 % del PIB, según cifras del Banco Mundial, por debajo de países como Brasil, Argentina, México e incluso por debajo del promedio de América Latina y el Caribe. El nuevo Gobierno debe darse cuenta de que el tren del progreso ha salido nuevamente y tiene como combustible “el conocimiento”, los países que lo pierdan prácticamente quedarán condenados a la extinción, a la inviabilidad económica.
En tiempos horribles de pandemia se dependió de la llegada de vacunas desarrolladas por otros países como Estados Unidos, Reino Unido y China, que han entendido que en la era del conocimiento la inversión en ciencia y tecnología no es un lujo sino una necesidad imperante para el desarrollo de nuevos productos de base tecnológica y de alto valor agregado que permiten dinamizar la economía. En Colombia parece que nuestros gobernantes no han comprendido que las personas de los países subdesarrollados como el nuestro se curan, se vacunan, se entretienen y se matan con los productos tecnológicos desarrollados en los países del primer mundo.
El primer tren del progreso salió a mediados del siglo XVIII de Coalbrookdale (Reino Unido) y con el vapor, el telégrafo, las carreteras y los canales se transformaron la economía y la sociedad. Los que hoy denominamos países desarrollados son aquellos en los que la Revolución Industrial se extendió rápidamente, como Estados Unidos, Francia, Alemania y los países nórdicos. Poderosos reinos como el de la India de Dayananda no entendieron el mundo —igual que Colombia hoy—, siguieron más preocupados por sus dioses que por las máquinas de vapor y de esa manera fueron invadidos y explotados por Reino Unido. Arturo Luna, nuevo ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, debe buscar revertir nuestro atraso científico-tecnológico, es un imperativo si verdaderamente se busca el progreso del país.
El segundo tren del progreso está arrancando con toda la parafernalia de la biotecnología y la inteligencia artificial. Hoy nos vacunamos contra el COVID-19 con vacunas tipo ARN mensajero, se edita el material genético de plantas y animales, hay restaurantes y bancos atendidos solo por robots, y hay aviones militares que vuelan sin piloto. Las nuevas tecnologías van a tener un impacto mucho mayor que el vapor y el telégrafo en la producción de alimentos, transportes, tejidos y armas. El nuevo Gobierno, bajo el liderazgo del ministro Arturo Luna, debería proponerse en hechos, más allá de los discursos rimbombantes, llevar al país hacia el segundo tren del progreso. La inversión en ciencia, tecnología e innovación se debe incrementar sustancialmente y llegar ojalá al 1 % del PIB, como lo ha sugerido en repetidas ocasiones la Comisión de Sabios.
Si alguna moraleja nos ha dejado la pandemia es el valor de la ciencia, la tecnología y la educación. La pandemia ha afectado mucho más la economía de los países menos desarrollados como Colombia versus economías basadas en el conocimiento que desarrollan productos de base tecnológica, como Estados Unidos. Además, la pandemia ha golpeado mucho más duro a los menos educados que viven al día, mientras que personas con un nivel de educación más alto pudieron seguir trabajando desde sus casas a través de Zoom, Meet, Teams y otras plataformas tecnológicas que no fueron desarrolladas en Bolivia, Colombia ni Etiopía. El nuevo Gobierno de Petro y su actual ministro de Ciencia y Tecnología deben comprender que hay que jugársela toda por el desarrollo científico-tecnológico del país y por una educación de más cobertura y calidad. Nos lo acaba de enseñar la pandemia.
* Profesor de la Universidad CES.