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Mompox no tiene quien le escriba

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Columna del lector
25 de agosto de 2014 - 12:34 a. m.
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Detrás de Santa Cruz de Mompox se teje una gran historia, donde el realismo mágico de García Márquez encuentra su fuente verdadera.

Aquel municipio declarado Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y monumento nacional desde 1959, contó con la bonanza que sólo pudo traer el río Magdalena desde el siglo XVII hasta el XIX: comercio, cultura, visitantes, música, vida social y relatos prósperos que aún acompañan el imaginario de sus habitantes. Sin embargo, cuando al río Grande se le secó uno de sus brazos a finales del siglo XIX, Mompox fue llevada hacia un fuerte aislamiento geográfico y económico. Haciendo una analogía con El coronel no tiene quien le escriba, su población aprendió a vivir con la esperanza de que algún día volverían esas embarcaciones con noticias de mejores tiempos.

De esta manera, si bien Mompox ha sido uno de los municipios donde se han adelantado inversiones en vías, vivienda, inclusión social, turismo y cultura, su realidad social dista de las posibilidades que uno percibe en éste y nos lleva a pensar en “los territorios olvidados del país” que requieren estrategias de desarrollo local diferenciadas, donde se construyan verdaderas oportunidades para mejorar la calidad de vida de los habitantes. Pensar en el devenir de estos territorios exige conocerlos, casi oírlos y sentirlos, pero ante todo dejar que sus propios habitantes sean los que decidan su futuro, con base en sus aspiraciones.

¿Cuál es la magia de este territorio olvidado? Mompox es un municipio de la geografía colombiana que construyó su arquitectura e imaginario gracias a que fue asentamiento de la Corona española y de importantes familias que buscaban proteger su fortuna del acecho de los piratas en Cartagena y Barranquilla; fue asiento de siete comunidades religiosas que dejaron su legado arquitectónico en el municipio y que contribuyeron a la creación de la tradición de la Semana Santa momposina —de origen sevillano—, que es una de las más reconocidas del país por la singularidad de su rito, pues envuelve procesiones nocturnas, marchas acompasadas, vestuarios especiales, entre otras características; es lugar donde se trabaja la filigrana, que son artesanías que se realizan en finos hilos de oro y plata, y cuyo arte fue aprendido de los árabes, y cuenta con una larga tradición en la fabricación de mecedoras momposinas y alfombras.

Este breve recorrido por Santa Cruz de Mompox nos lleva a reflexionar sobre la complejidad de cada región del país en el momento de abordar las tantas formas de paz y bienestar que necesita Colombia. El país del posconflicto debe reconocer las diferencias territoriales para construir un verdadero proyecto nacional. Mientras eso no suceda habrá políticas sectoriales que no logran cambiar la “suerte” de este importante municipio de la Región Caribe —u otros que componen nuestra geografía—, por lo que terminan evocando, por un lado, al coronel dándole de comer a su gallo de pelea —aunque él no tuviera cómo alimentarse— y, por otro lado, aquella parte del libro de García Márquez que dice:

“La mujer se desesperó.

—Y mientras tanto qué comemos —preguntó, y agarró al coronel por el cuello de la franela. Lo sacudió con energía— Dime, qué comemos.

El coronel necesitó setenta y cinco años —los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:

—Mierda”.

 

* Andrea Sandoval Rojas

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