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Las tierras colombianas han sido saqueadas durante siglos, sus abundantes riquezas han hecho de sus suelos, sus ríos e incluso sus cielos auténticos escenarios de guerra y confrontación.
Por Estefany Largo
Diversos actores han ejercido durante mucho tiempo toda clase de disputas para llevarse el codiciado botín, arrasando de esa forma con recursos y comunidades enteras. Por otra parte, desde la llegada de los españoles, los nativos del territorio americano y los hombres traídos de África, que fueron esclavizados en el continente americano, han tenido que arrastrar con el peso de la explotación y el abandono. Es así como la historia de Colombia desde sus orígenes es una historia de negaciones, pues los españoles les negaron la humanidad y la libertad a indígenas y afrodescendientes. Desde entonces Colombia se ha construido bajo una estructura social interracial jerarquizada, que concibe a aquellos como peligrosos, salvajes e inferiores.
Han pasado más de 200 años desde que se firmó la “independencia” de Colombia, pero como dijo Patrice Lumumba en 1960, “la independencia política no tiene sentido si no va acompañada de un rápido desarrollo económico y social”, desarrollo evidentemente lento para el país; han pasado más de dos décadas desde la Constitución Política de 1991, que reconoce que el país es pluriétnico y multicultural, sin embargo, persiste una trágica idea de superioridad sobre las comunidades indígenas y afrodescendientes, asimismo sobre su conocimiento, su cultura, su espiritualidad y sus territorios ancestrales, justificando de esa forma el saqueo, la extracción y la explotación.
El departamento de Chocó, que alberga a una población mayoritariamente afrodescendiente e indígena, ha sido por mucho uno de los más azotados. Presencia de todos los actores armados y violentos —incluidas las multinacionales—, explotación exacerbada de sus recursos, nula inversión en infraestructura y desarrollo, economía ilegal, desplazamiento masivo, altos índices de desigualdad, pobreza, tasa de mortandad infantil elevada, masivas violaciones a los derechos humanos, analfabetismo y corrupción. Hechos lamentables y dolorosos en los que el Estado ha sido partícipe de su agudización, condenando al pueblo chocoano a un destierro sistemático y provocando el engrosamiento de los cinturones de miseria de las principales ciudades.
Reflejo del abandono estatal es una mayoría poblacional chocoana a la que no se le han respetado derechos fundamentales como la salud y la educación. Un 81 % de la población no tiene acceso a agua potable o educación primaria, derechos vitales para el desarrollo integral individual y colectivo. En Chocó, la institucionalidad es débil, la corrupción es desbordante, sumado a la presencia de actores armados que ejercen control en el territorio. Todo eso devela intereses perversos que pasan por encima de la comunidad. Por eso el despojo comunitario de tierras, los masivos desplazamientos, la legalización de predios usurpados y las constantes amenazas al proceso de restitución de tierras y al proceso de paz.
A causa de los constantes incumplimientos del Gobierno, la violencia armada, la violencia estructural y la metódica violación de derechos, la confluencia de distintos sectores convoca a los chocoanos a marchar para exigirle al Estado que atienda las reclamaciones históricas de esta zona, lo que representa un fuerte acto de valor simbólico y político. Será un día de contrastes, en el que mientras triviales patriotas cuelgan la bandera de Colombia en sus balcones y ventanas, y las bandas marciales desfilan por las calles entonando el himno nacional con ímpetu, los chocoanos pegarán un de grito de dignidad demandando que el Gobierno resuelva necesidades básicas como salud, alimentación y educación.
Ahora, los costos de movilizarse o rebelarse para esta población han sido mucho más altos que los beneficios de hacerlo, pues no se trata de ciudadanos privilegiados. Por eso, vale la pena resaltar que aún entre ese mar de infortunio todavía hay quienes se organizan como comunidad en contra de las violencias; salen a la calle para exigir que sus vidas sean respetadas y piden que sus legítimos reclamos sean atendidos. El hermoso Chocó, con sus heridas abiertas entre las selvas del Darién, sigue siendo una tierra que concibe hijos e hijas de potencialidad liberadora.
