Por Katerina Páez
Cuando descubrí que estaba embarazada de una niña, mi vida cambio completamente, pude comprender todo mejor. Pero miré a mi alrededor y sentí miedo por ella. Al ver todo lo que estaba aconteciendo en la sociedad. Así que cada día que pasa trato de darle sentido a todo esto por ella. Es claro que empecé por mi propia vida, viendo mis errores y daños, sí, daños, porque aunque nunca me ha faltado nada, no me he visto inmune al daño que nuestra cultura les hace a las mujeres, adolescentes y niñas.
Las diferencias entre un niño y una niña son inculcadas desde antes de nacer. Inclusive es algo histórico, arraigado a nuestra historia colombiana patriarcal, que hoy en día sigue vigente. Las niñas desde pequeñas reciben el mensaje de que lo más importante es cómo se ven, de que su valor e importancia dependen de ello, y los niños reciben el mensaje en cada cosa que ven (videojuegos, revistas, series, películas, realities), quedando en un segundo plano los logros, estudios y el intelecto de una mujer, por tanto su valor se le sigue adjudicando de acuerdo a como luzca.
A través de gran parte de la historia ha existido la creencia de que las mujeres y los hombres somos totalmente diferentes. El sexo es un término biológico, indica qué cromosomas tienes: dos X es femenino, X y Y es masculino. El género es un constructo social; los hombres y mujeres somos más semejantes y parecidos que diferentes. Entonces la gente asume que, como el cerebro es biológico, cualquier diferencia sexual en él debe ser innata, pero nuestro cerebro es maleable y cambia como resultado de las experiencias.
La idea de ser visto como el débil a los ojos de otros niños es creada tempranamente en la niñez y nos persigue hasta la adultez. Hemos establecido una idea de masculinidad en Colombia que no les permite a las mujeres ni a los mismos hombres sentirse seguros.
Ser adolescente siempre ha sido difícil, pero ahora los medios están saturados de representaciones más limitadas de la mujer, desde ir maquilladas al colegio, someterse a cirugías o dietas severas, todo porque el ideal de belleza es cada vez más extremo e imposible de lograr, lo que ha contribuido a desórdenes alimenticios, suicidio y depresión en muchas jóvenes colombianas. Llegar a ser mujer es una lucha constante para alcanzar un ideal de belleza aceptado por el hombre.
Nos estamos volviendo mucho más bifurcados, en términos de la hipermasculinidad y la hiperfeminidad. Los productos para las niñas ahora son más rosados y los productos para los niños ahora son más camuflados y más violentos, y esto no es sólo en los juguetes, también en los programas de televisión y las películas, con lo cual se refleja una tensión cultural y temor en los jóvenes que tratan de encajar.
Aunque no quiero subestimar el progreso que hemos tenido en Colombia, nuestra sociedad aún debe ser un instrumento de cambio. Debemos parar la búsqueda inútil de tener estos cuerpos idealizados, no debemos menospreciar los logros de las mujeres, trabajemos por la igualdad, necesitamos apoyar a las mujeres vislumbrando lo que puede ser, porque cuando no te tratan igual estás siendo deshumanizada, y, aún más importante, mujeres: no se critiquen o se vayan en contra las unas de las otras, porque la mujer puede hacer cualquier cosa que se proponga.
Y entiendan y háganles saber a sus hijas(os), hermanas(os), tías(os), amigas(os) y familiares que lo que realmente importa es quien eres de verdad, y es vital para todos que las niñas crezcan en un mundo donde sus voces cuenten, donde nuestra cultura las abrace en toda su diversidad y se les brinde igualdad de oportunidades para lograr lo que se propongan en la vida, porque no podemos dejar que nada ni nadie nos quite nuestro poder. Katerina Páez