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El sistema de salud colombiano ha muerto y la anatomía de su cadáver ha quedado deformada. Los hospitales atrofiados se marchitaron por una crónica desfinanciación; las aseguradoras adiposas se cebaron por una ávida acumulación. Cientos, miles, incontables tumores metastásicos brotan de su geografía muerta. Cánceres que tienen enquistados en su núcleo clientelismos, malversaciones, prevaricatos y desfalcos. El análisis genético demostró que la mutación de la corrupción estaba incorporada en su ADN, por lo que la sentencia mortal viene desde el instante mismo de su nacimiento. La pandemia no ha hecho más que darle la última estocada.
El sistema de salud colombiano (Ley 100) nació con la puesta en práctica de un sueño teórico llamado pluralismo estructurado, amasijo de conceptos y recomendaciones cuyo propósito era solucionar técnicamente las ineficiencias y las pobres coberturas del viejo Sistema Nacional de Salud. Los inventores del modelo (Juan Luis Londoño, colombiano, y Julio Frenk, mexicano) no previeron que la cirugía para extirpar los males del paciente sería un fracaso, a pesar de ser conscientes de que el quirófano estaba infectado de desigualdad, inequidad, pobreza y discriminación. Una lección contundente para los tecnócratas asépticos: mientras Colombia siga atada a una tradición política y económica feudal, no hay remedios técnicos que puedan mejorar la salud de sus habitantes.
Viajar de Bogotá a Riohacha, de Medellín a Quibdó, de Cali a Buenaventura, de Pereira a Santa Cecilia es viajar en el tiempo, viajar al pasado. En las ciudades la esperanza de vida es mayor y el sufrimiento mórbido lo causan el cáncer, la hipertensión y la diabetes; en los pueblos marginados se vive menos y peor, y se muere de desnutrición, diarrea y embarazos mal cuidados, enfermedades de otros años, de siglos pasados. Las instituciones del Estado en la periferia están cooptadas por señores feudales voraces y grupos ilegales despiadados. La modernidad de las ciudades colombianas, el siglo XXI, convive a pocos kilómetros con territorios históricos anclados en tiempos remotos y realidades viejas donde el derecho a la salud solo existe en la imaginación de los ministros y en las planillas del Sisbén.
Desde Bogotá, nuestra monarquía criolla expide constituciones, leyes y decretos con la pretensión de que su tinta modifique una realidad que en la Colombia profunda se escribe con sangre y plomo. La esquizofrenia leguleya de las élites políticas y económicas del Gobierno nacional no les ha permitido constatar que la respuesta violenta de los gamonales de pueblo y los caciques regionales a las ficciones jurídicas que pretenden mermarles su poder es despiadada. Ni la ley de descentralización, ni la ley de elección popular de alcaldes (menos la Ley 100) han mejorado las cosas en los territorios. Al contrario, las empeoraron cuando las élites locales auspiciaron y patrocinaron la creación de grupos paramilitares en respuesta a la Constitución del 91, y las empeoran ahora cuando ocurren cientos de asesinatos de líderes sociales que quieren implementar el Acuerdo de La Habana.
Cartel de la hemofilia, cartel del VIH, cartel de los enfermos mentales. ¡Robar, robar, robar! ¡Saquear, saquear, saquear! Los dueños de la Colombia periférica desangraron el sistema de salud a su antojo. Y aunque algunos fueron capturados (el ex fiscal anticorrupción, el funcionario del Estado colombiano con la mayor responsabilidad de perseguir a los ladrones de la plata pública, fue preso ¡por corrupción!), el resto disfruta impunemente malgastando el dinero que tanta falta nos ha hecho durante la actual crisis.
Los académicos y los salubristas hemos perdido demasiado tiempo en disputas ideológicas de un maniqueísmo insoportable. Ya habrá tiempo de aprender, de los resultados y análisis de la necropsia del actual sistema, cuál es la utilidad de la mano invisible del mercado y cuáles son las funciones esenciales del Estado en la operación de un modelo de salud. Sin embargo, cualquiera sea la dosis ideológica precisa o la receta técnica acertada para la nueva criatura, si la volvemos a sembrar en tierra mala, corrupta, desigual, su destino ineluctable será, de nuevo, el fracaso estrepitoso.
*Médico salubrista.