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Obituario a David Lynch

Simón Palacio Echeverri
27 de enero de 2025 - 05:00 a. m.
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El pasado miércoles 15 de enero murió el gran director David Lynch, reconocido por obras maestras tales como Mulholland Drive, Twin Peaks y Eraserhead. Aunque Lynch fue conocido principalmente por sus películas surrealistas, en el corazón de todas sus obras hay una fuerte crítica a la mundana realidad del mundo contemporáneo y al sueño americano. Más que un mero director excéntrico con gustos extraños, David Lynch fue, estrictamente hablando, el mejor director de cine estadounidense. Aunque, sin duda alguna, los Estados Unidos han producido grandes directores –tales como Kubrick, Coppola y Welles–, ninguno de ellos ha logrado captar tan claramente el espíritu americano en sus películas como Lynch. Sus estrambóticas películas –surrealistas, llenas de non sequiturs, en las que la misma identidad termina fragmentándose– exploran cómo la moral convencional y suburbana de la burguesía estadounidense reprime tan profundamente lo auténticamente humano que necesariamente desencadena una profunda y desgarradora oscuridad que desafía la realidad misma.

En el universo lyncheano, la perversión, ya sea humana (como en el caso de Frank Booth de Blue Velvet) o sobrenatural (como en el caso de Bob de Twin Peaks), no es contradictoria con la moral convencional de apariencia idílica, sino que es su producto directo. En Twin Peaks, la abominación de la Logia Negra termina siendo el lado oscuro que se oculta detrás de la familia convencional, y Bob no parece ser nada más que la disociación de Leland, de la cual este se sirve para ser, al mismo tiempo, el buen padre de familia y el pervertido que viola regularmente a su propia hija. En Mulholland Drive, la esperanza de la fama y la celebridad parece pintar un mundo idílico en el que el talento basta para que Betty se convierta en una estrella y consiga el amor, pero luego se revela que estos no son más que los delirios de una mujer llamada Camilla, cuyas esperanzas solo la llevaron al fracaso y a la traición de su amada.

La idílica vida prometida por el sueño americano termina fragmentando la realidad misma y la identidad de quien intenta adherirse a este sueño. No en vano, el tema de la fragmentación de la psique es recurrente en Lynch, desde disociaciones explícitas, como en Lost Highway, Mulholland Drive e Inland Empire, hasta el doppelgänger de Twin Peaks. Las promesas de éxito y felicidad que ofrece la sociedad a quien se adhiera a ellas son tan chocantes frente a la desilusionante realidad que la única manera de sobrevivir es el delirio y la disociación misma. Tal vez la única manera de mantenerse cuerdo en este oscuro mundo es rechazar toda forma de convención y enfrentar la oscuridad que estas intentan reprimir, tal y como lo hace Dale Cooper, el protagonista de Twin Peaks. Mientras que las personas más ajustadas a la sociedad y más mundanamente exitosas tienden a ocultar un lado profundamente oscuro, Cooper es un personaje que vive saludablemente y se mantiene firme en sus convicciones y su idealismo, incluso cuando se entera de la profunda maldad detrás de la muerte de Laura Palmer.

En un mundo cada vez más disociado, en el que las noticias parecen salidas de páginas de parodia y las nuevas generaciones buscan una explicación a su alienación en libros de psicología que hablan mucho sin decir nada, tal vez sea hora de prestar atención a David Lynch. A pesar de situarse en los noventa y dos mil, sus películas hoy son más relevantes que nunca, ya que estamos viviendo el lado oscuro del sueño americano.

Por Simón Palacio Echeverri

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