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Pueden ser delirios, yo qué sé. El caso es que comienzo a ver las fichas del teclado como si fueran brasas de carbón que se queman en los dedos de la gente. El asador en el que se vierten es el pequeño cuadro de Twitter, donde se ponen las diatribas de insultos. El espacio es reducido, como si se tratara de un apartamento que da para lo mínimo: 280 caracteres apeñuscados. Con el afán de la gente, las fichas de carbón ni siquiera se ponen, se tiran sin más contra el primer desprevenido que se las encuentra. Caen en las cabezas, los egos, las entrepiernas. A veces son niños y ancianos quienes quedan en medio de discusiones sin fin o las reciben directamente sobre los ojos, quedando más que traumados.
Como las fichas no se ponen con cuidado, sino que se tiran salvajemente, van cargadas con todo tipo de errores ortográficos, insultos, amenazas, de lo más ruin y pútrido que puede cargar un ser humano en la cabeza: decir que el interlocutor es un grandísimo hijo de... Esa termina siendo la mecha que prende el mundo.
Pueden ser delirios míos, nada más, yo qué sé. El caso es que el cuadro blanco que veía al principio con forma de asador se convierte en un basurero sobrevolado por buitres carroñeros que se quitan los ojos y se matan entre sí. Baja y baja uno con el índice a través de esa cloaca, encontrando disparos hechos por gente que se supone ha ido a una universidad a escuchar el discurso que invita a tratar al otro con respeto, porque el mundo es demasiado grande y porque además el que no piensa igual a uno es el que pone realmente a pensar al otro. El miedo a lo diferente es notable, solo es toparse con los políticos que dicen defender la democracia mientras van bloqueando a diestra y siniestra a todo el que cuestiona su mal actuar.
Si alguien pone en duda la existencia de Dios, caen en gavilla a despicarlo por partes. Si alguien dice que es mejor el verde que el azul, caen en gavilla a despicarlo por partes. Si alguien dice que son más educados los evangélicos que los católicos, lo echan a la hoguera sin despicarlo por partes. Si alguien dice que es mejor la izquierda que la derecha, caen en gavilla pero no solo a despicarlo por partes, sino también a tratar de cambiar su punto de vista con una golpiza inolvidable.
Pueden ser delirios, yo qué sé. El caso es que he terminado viendo algunas redes sociales como las calles de ciudades peligrosas, habitadas por pandilleros y malandrines que todo el tiempo están al acecho para caerle a quien expresa valientemente sus ideas del mundo. ¿No tendrán un segundo para preguntarse cuántas de las personas que atacan vilmente en redes se han quitado la vida? Termina siendo Twitter una plaza de mercado, donde se pregonan ideas con las peores palabras. Si usted se niega a comprar, lo acribillan. Es como en los tiempos de la guerra, cuando gobierna la desconfianza: si usted no está conmigo, está contra mí. Lugar pobre, invadido por expertos en toda clase de temas (sin ser expertos en nada) que desinforman hasta el cansancio a la masa. Todos quieren tener la razón y la verdad, y ganar discusiones a cualquier costo, sin darse cuenta de que lo único que logran es sacarse los ojos y comerse vivos. Me voy convencido de que no es un buen sitio para escritores, porque cuando se expresan ideas no se puede limitar el espacio.