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Plantas enteogénicas y pueblos ancestrales: una nueva perspectiva

Sandra Lorena Flórez Guzmán

10 de febrero de 2025 - 12:00 a. m.

Desde tiempos inmemoriales, el hombre se ha servido de las plantas no solo con fines alimenticios, sino también terapéuticos y espirituales. En tiempos primigenios, su morfología ofrecía pistas sobre sus usos potenciales y servía como insumo para ricos imaginarios ligados a la cosmovisión de los pueblos.

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En Brasil, es famosa la leyenda del guaraná, planta nativa vinculada a una narrativa mítica del norte del país. Cuenta la historia de un niño indígena que murió tras ser picado por una serpiente. Su madre realizó un ritual y, después de sembrar su ojo derecho, vio nacer una planta con frutos que parecían ojos, vinculada por el pueblo Sateré-Mawé al poder del guerrero, al amor y a la cura de distintas enfermedades, especialmente oculares. Esta leyenda ilustra el interés del hombre por descifrar el lenguaje cifrado de la naturaleza, lo que dio origen a la llamada “Doctrina de las Signaturas”, defendida por Paracelso en el siglo XVI, quien encontró en los signos de la naturaleza las claves expresivas de la vida.

Milenios atrás, las sociedades cazadoras y recolectoras descubrieron que ciertas plantas mejoraban su nivel de atención durante la cacería, al tiempo que les permitían conectarse con su propia sabiduría y con una entidad superior. Fue así como se descubrieron las plantas psicodélicas, término que etimológicamente significa “revelación del alma”. Estas plantas son de especial interés para los pueblos nativos del continente americano, donde pueden encontrarse las especies utilizadas en la preparación de la ayahuasca o yagé, los llamados hongos mágicos ricos en psilocibina y psilocina, la jurema preta, el peyote y la cannabis sativa (marihuana, maconha, entre otros nombres). Sus principios activos pueden generar estados alterados de conciencia debido a su acción sobre diversos neurotransmisores.

El estudio de las propiedades de estas plantas tuvo un papel destacado durante las décadas de 1940 y 1950, pero luego sufrió un silenciamiento forzado por disposiciones político-normativas que estigmatizaron su uso, incluso con fines rituales y terapéuticos, asociándolo a una contracultura de resistencia socialmente indeseable y peligrosa. En las últimas dos décadas, sin embargo, ha resurgido el interés por las plantas enteogénicas, gracias a investigaciones científicas que han evidenciado su potencial efecto sobre la neuroplasticidad cerebral, sus potentes propiedades analgésicas, la reorganización de redes neuronales responsables de muchas afecciones mentales y, en algunos casos, su actividad inmunomoduladora.

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Aunque estos hallazgos representan una promesa para el tratamiento de diversas patologías, también plantean nuevos desafíos ético-jurídicos para la sociedad en general. Es preciso respetar la propiedad intelectual de las comunidades que han poseído este conocimiento durante siglos y retribuirles de manera justa. Asimismo, debe aplicarse el criterio de precaución en su uso, evitando trivializarlo o permitir que se convierta en objeto de prácticas turísticas irresponsables que podrían maximizar los daños a la salud en lugar de generar beneficios, especialmente cuando se realizan en ambientes no controlados o con fines recreativos.

Es fundamental fomentar investigaciones científicas transdisciplinares rigurosas donde prevalezca el interés colectivo sobre la conveniencia de un mercado que ya muestra su voracidad al intentar conquistar lo que se presenta como “la panacea”. Además, es necesario definir y aplicar políticas públicas que promuevan la autodeterminación de los pueblos, la democratización respetuosa de los conocimientos tradicionales y el impulso de oportunidades de desarrollo sostenible para nuevos usos de especies que forman parte de la biodiversidad de Colombia. Estas plantas resignifican tradiciones inherentes a nuestra riqueza cultural.

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Por Sandra Lorena Flórez Guzmán

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