Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Ante el fin de las negociaciones entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc, ahora los colombianos nos avocamos a la refrendación de los acuerdos a través del plebiscito.
Por Fabián Mora
Al conocer la arrecia promoción de algunas iglesias cristianas contra el plebiscito, haciendo uso de la predicación, cuyo eje debería ser Cristo, me veo en la obligación de aclarar que esas posiciones marcadas por calificativos irresponsables no representan mi posición como cristiano.
Expongo a continuación lo que es a mi parecer el resultado de una negociación política que tardó cuatro años; y que estando ad portas de su aprobación, refleja una oportunidad histórica para Colombia y las futuras generaciones.
Para quienes lo desconocen, el registro de víctimas ha totalizado cerca de ocho millones de colombianos, la muerte de más de 220.000 personas en el marco del conflicto armado y 27.000 secuestros, dados especialmente en zonas rurales del país.
Con la puesta en marcha del cese bilateral al fuego y de hostilidades, según el Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (CERAC), desde hace 78 días no se registran acciones ofensivas atribuibles a las Farc. A esto se suma que en los últimos 13 meses se presentó la menor intensidad del conflicto en sus 52 años de historia.
Estos datos nos deben servir como elemento de análisis en la decisión que como colombianos nos corresponde el 2 de octubre. Pensar en el país previo al acuerdo puede ser una mirada a lo que puede llegar a ser si se aprueba o no lo pactado entre el Gobierno y las Farc.
Ahora, con la reiterativa discusión de creer que lo acordado entre el Gobierno y las Farc es sinónimo inmediato de paz, se cae en un error parcial. El acuerdo plantea, como lo dice el título, la construcción de una paz estable y duradera, por ende, la implicación de esa construcción está en todos los colombianos, aún para aquellos que tienen inquietudes en algunos puntos de lo acordado.
La participación ciudadana en los acuerdos permitió la recepción de 5.835 propuestas; a partir de esas propuestas se invitaron a expertos en el tema agrario, líderes de asociaciones campesinas, académicos, organizaciones indígenas, afrodescendientes, organizaciones de víctimas, organizaciones juveniles, ambientalistas, centrales y organizaciones sindicales, raizales, comunidades religiosas, empresarios, entre otras.
Ese múltiple espectro conversando sobre temas específicos generó, en su momento, una mayor confianza e instó a un intercambio de saberes y opiniones.
El acuerdo, en su integralidad, estuvo pensado teniendo como centro de discusión a las víctimas. Dentro de las medidas de reparación se plantea el reconocimiento de la responsabilidad, que de hecho desde ya hemos vislumbrado en casos específicos como el de Bojayá, en donde las Farc, cara a cara con las víctimas, pidieron perdón por lo ocurrido.
En el punto del perdón no puede resultar ajeno, para quienes profesamos una fe cristiana, la necesidad de propender por una reconciliación desmarcada de los odios, los rencores y la venganza. No podemos ser nosotros, quienes hablamos del amor de Cristo, aquelos que calificamos al otro como imperdonable, cuando Jesús en sus enseñanzas profesó la necesidad de amarnos unos a otros, aun cuando ese otro resulte lleno de odio, tristeza y rencor. Nosotros los cristianos podemos ser hoy posibilitadores de una Colombia reconciliada, que por fin vea un escenario distinto a la guerra y que para infortunio de la humanidad, ha significado la vida de miles de colombianos.
