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Durante los días previos a la marcha uribista, las redes sociales enunciaron varios lemas.
Por Mario Froilán Reyes Becerra
El que me pareció más simpático e inocuo fue: “James, sí; Uribe, no”. Ya todos sabíamos que James... no va, como se dice en el argot deportivo. La mayoría ignorábamos la respuesta ciudadana a la invitación a marchar. Pero que nos sirva este preámbulo para entender lo disparatado que puede resultar leer tanta información sin procesar objetivamente. No podemos convertir el deseo individual en un hecho cierto e imperturbable, sobre todo cuando eso depende del sentir de muchos.
Un canal televisivo, mediante hábil toma aérea, enseñaba una multitudinaria presencia de bogotanos marchando desde el Parque Nacional y una Plaza de Bolívar “colmada”, a pesar de la lluvia. Otro canal de TV mostró que la marcha no había sido tan... tan…
Los mensajes y fotos por el WhatsApp y el Facebook difundían una asistencia regular, tirando a mala; otros señalaban miles de marchantes. Una efusiva amiga, militante de izquierda, hizo tal vez el comentario más objetivo: “Estoy contando lo que veo desde mi apartamento. Por la Séptima está pasando mucha gente. Son miles”.
Lo revelador de la movilización es el alto grado de sensibilización de los colombianos frente a la figura de Álvaro Uribe Vélez. Desarrollamos una perturbación desordenada de nuestro ánimo sin que aparezcan términos sensatos; todos creemos saber ya, con toda seguridad, dónde estamos, y parecemos decididos a estar allí hasta el fin de los siglos.Ese furor llevó a a que la movilización se hiciera más contra el proceso de paz que contra Santos. Consignas en algunas pancartas así lo indican: “No más Santos, no más Farc”, simbolizando una plegaria de oposición enceguecida que ratificaban con las denuncias evanescentes y temerarias de la llegada del castrochavismo. Consignas como: “Guerrilleros reinsertados recibirán $1’800.000. Estamos arrodillados ante el terrorismo”, eran ideales proscritos con insistencia.
Pero el grito de combate y el que, como calificó alguien, gritaban hasta mostrar las amígdalas era la acusación de persecución política, que ensamblaron dentro de sus huestes, en defensa de Andrés Felipe Arias, Óscar Iván Zuluaga, Diego Palacios, Luis Alfonso Hoyos, Luis Carlos Restrepo, María del Pilar Hurtado, Santiago Uribe y ese etc. de exfuncionarios uribistas que merodea los estrados judiciales.
Llamaban la atención unos grupos de ciudadanos mayores de 50 años que portaban camándulas y letreros antiaborto en actitud pacífica y melancólica, que contrastaban con otro de neonazis, algunos portando armas y que parecían prestar guardia, con máscaras antigás, ropa militar, grandes bolsos de campaña, que parecían dispuestos a una acción violenta. No hubo lugar para expresiones como las organizaciones LGBTI, ni afros, ni indígenas, tampoco campesinos. Iban unos 20.000 marchantes. Muchas pancartas de víctimas de la guerrilla, víctimas militares, militares retirados. No vi ni una de víctimas de paramilitares, ni víctimas del Estado.
A pesar de portar camisetas de la selección colombiana de fútbol y de cantar el himno nacional, se advertía odio en sus gritos, odio en sus miradas, pero también miedo, mucho miedo.
Y queda, al final, además del tenis ahuecado, la inquietud latente: ¿a qué le teme Álvaro Uribe?
