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Aunque no está claro si las instancias judiciales se han agotado o si los recursos necesarios están disponibles, todo indica que en octubre se les consultará a los bogotanos si quieren prohibir las corridas de toros en la ciudad.
Todo se realizará en medio de la campaña a la Alcaldía de Bogotá. Como los políticos prefieren no pronunciarse o eludir la pregunta, los argumentos a favor y en contra han corrido principalmente por cuenta de los propios ciudadanos. Lo que está bien, por supuesto.
Opuestos a las corridas, o por lo menos opuestos a la muerte del toro en el ruedo, los antitaurinos han dominado el debate desde el comienzo. No sólo es impopular defender las corridas como tradición o como arte, sino que debatir es imposible. Supongo que hablar del sufrimiento de los animales es un poderoso instrumento para la autocomplacencia que da la “autoridad moral”. Lo cierto es que quienes defienden las corridas son equiparados con torturadores de animales o con asesinos, y por lo tanto con criminales. Este nivel de paroxismo es normal; después de todo, la vía más sencilla para imponer una forma de pensamiento es descalificar al rival.
Lo que se desconoce de plano es que el toro de lidia como lo conocemos hoy es una creación humana. No es un animal que está ahí libre en el bosque y que sin más se lleva a la plaza para ser salvajemente toreado. Aunque en Escocia o en Suiza hay toros que embisten, sólo en la península Ibérica el toro de lidia fue cuidado y conservado para ser utilizado en fiestas o juegos (como el recorte o el embole). Fue el español quien, al seleccionar los mejores ejemplares, daría forma a las notables cualidades que posee ahora: porte, altura, embestida. Y, lo que es más, dicha selección sólo fue posible porque había un negocio que la estimulaba: el del toreo. Sin lidia no habría ningún interés en mantener un animal que es costoso y, ya lo sabemos, peligroso. Los antitaurinos no se dan cuenta de que al no querer que los toros de lidia sufran o mueran en el ruedo, lo que realmente van a conseguir es que el negocio de los toros se acabe y, por lo tanto, que los toros mismos sean sacrificados.
Prohibiendo las corridas acabarán llevando los toros mismos al matadero para que mueran, no por un torero, sino por un carnicero.
Este argumento no es aceptado por los antitaurinos, claro; y no lo es porque, cuando uno tiene una idea fija en la cabeza, sea ella falsa o verdadera, no hay forma de cambiar de opinión.
El fanatismo es así, y por eso es lamentable que un prejuicio compartido por la mayoría sea impuesto a la minoría sin por lo menos un debate serio. En lo que se refiere a nuestra relación con los animales, el futuro es bastante oscuro. Un día estará mal visto comerse el hígado o las costillas de un animal vacuno. Y cuando esa sea la posición mayoritaria, un grupo de militantes, usando argumentos similares para prohibir las corridas, querrán que todos seamos vegetarianos.
