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¡Sectas, y aquí arrancamos!

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Columna del lector
31 de marzo de 2014 - 03:00 a. m.
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Una búsqueda rápida en internet muestra que entre los significados de secta se encuentra: “Doctrina religiosa o ideológica que se diferencia o independiza de otra”. En el siglo XVI se usó para calificar a los grupos separatistas, o partisanos, que se negaban a seguir las órdenes de la Iglesia-Estado oficial.

El significado estuvo a cargo de quienes controlaban el poder. Pero actualmente secta se usa para llamar al conjunto de personas que practican el sectarismo. Por eso es más importante entender qué significa el sectarismo antes de calificar a un grupo de secta. Porque el sectarismo tiene características propias que se pueden encontrar en instituciones oficiales, como el Estado, o privadas como una iglesia. Por ejemplo, la Procuraduría no es una secta, pero es posible que desde allí se lleven a cabo prácticas sectarias. Lo mismo pasa con movimientos políticos que utilizan el eslogan de democráticos, pero que de democráticos sólo tienen el nombre. Igual puede suceder en una iglesia donde la mayoría de la gente actúa con buena fe, pero se somete a reglamentos sectarios.

Sectarismo es la creencia religiosa o política que practica la discriminación y la intolerancia. Esto se hace a través de la infusión del odio y el rechazo, llegando a niveles extremos que atentan contra la vida y los derechos de otros grupos sociales. El sectarismo usa el lenguaje derogatorio para referirse a otros grupos, a quienes cataloga de “enemigos”, “terroristas”, “guerrilleros” o “paramilitares”, menospreciando la humanidad de los individuos. El sectarismo recluta constantemente porque necesita de las masas de gente para sobrevivir. Utiliza la violencia verbal o física, intimida cuando no obtiene los resultados esperados y justifica cualquier método para alcanzar sus logros. En Colombia, quienes practican el sectarismo piensan que es imposible encontrar una salida negociada y pacífica al conflicto armado. Sólo imaginan salidas militaristas. Nunca promueven la libertad de opinión, el debate o la construcción comunitaria. Todo lo contrario, condenan a quienes piensen distinto. Acaparan el poder en modelos piramidales donde los de arriba gozan de privilegios y los de abajo sueñan con llegar arriba. El sectarismo vende la idea de que todos pueden llegar a la cima, pero en realidad pocos son escogidos para ser usados como alfiles. Carece de creatividad, y en últimas se destruye a sí mismo y a los demás.

Por eso hay que considerarlo como una emergencia nacional y combatirlo con la construcción de paz, promoviendo la educación y la democracia. La democracia no es un sistema perfecto, pero es un sistema social que se esfuerza por incluir la opinión pública y la participación de los demás. En la democracia las organizaciones de la sociedad civil se fortalecen por medio de la organización comunitaria. En fin, la democracia nos ayuda a salir del sectarismo porque promueve todo lo contrario. Además, el sectarismo nada y se desarrolla con facilidad en cuerpos donde falta la educación o en los que predominan el trauma y el dolor interno. Esto implica que gran parte del país debe reconocer los traumas personales y colectivos, creando espacios de reconciliación y perdón. Si Colombia quiere salir de este ciclo histórico de violencia, las decisiones políticas deben rescatar los valores democráticos como la tolerancia, la inclusión, el respeto por la diversidad, la transparencia y la responsabilidad electoral.

Ahora, miremos nuestras iglesias, organizaciones, partidos políticos, y reflexionemos: ¿será que hemos estado apoyando prácticas sectarias y no nos habíamos dado cuenta? ¡Blanco es y gallina lo pone!

 

Boris Ozuna*

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