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Si no tiene, no juega

Columna del lector

08 de mayo de 2016 - 03:07 p. m.

En el resto del mundo comenzó a mediados de los 70, pero a Colombia llegó hasta 1998.

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Por Claudia Maryam Montenegro Acosta

12 años más tarde el país disfrutaba de su primer título de campeones mundiales en ultimate frisbee. Y aunque le siguió el mundial del 2012, también como campeones, subcampeones en el open y ganadores del espíritu de juego, Coldeportes no reconoce ni financia la promoción de este deporte.

El ultimate llegó primero a la universidad de los Andes con un estudiante de intercambio de Minneapolis, Estados Unidos. Meses después la universidad contaba con clases de ultimate y competencias oficiales. Así se fueron uniendo otras universidades quienes impulsaron torneos en distintas ciudades del país, incluso fue reconocido como un deporte oficial por colegios, pero extrañamente en la página web de Coldeportes es imposible encontrar una entrada con la palabras “frisbee” o “ultimate”. Lo más parecido a un sitio oficial independiente de centros educativos es la AJUC, asociación de jugadores de ultimate en Colombia.

Si no hay reconocimiento entonces tampoco hay plata. La AJUC se sostiene por medio del pago de membresías anuales al club. Las selecciones femeninas, masculinas y mixtas viajan a representar el país con plata de sus propios bolsillos. El que no tiene no va. Ese es el caso de dos universitarios caucanos, Camilo Ojeda y Oscar Bermúdez, preseleccionados de la selección colombiana de ultimate para el mundial sub 23 en Londres y quienes buscan patrocinio en empresas de transporte para viajar a Bogotá a los ciclos de entrenamiento. La otra parte de la plata para el sostenimiento la consiguen con rifas y eventos entre sus amigos y colegas. Si son seleccionados, otra será la lucha para conseguir los tíquetes a Londres.

La escasez de patrocinio para el ultimate ha conllevado a un bajo nivel técnico. No hay dinero necesario para investigación, y es difícil plasmar la teoría sobre esta práctica deportiva y la lógica del juego, esto hace imposible que en Colombia se capaciten más jugadores profesionales y entrenadores dentro de las reglas y estatutos del ultimate.

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En el ultimate no hay un juez, el juego y las reglas las respetan los mismo jugadores. A ellos, a los que juegan honestamente se les otorga el premio espíritu de juego. Colombia ya lo ha ganado dos veces, en un país donde la honestidad no es precisamente una virtud sino un peligro. Ad portas de un cambio histórico en el país, la paz, el Gobierno debería impulsar esta clase de competencias sanas, sin contacto, sin violencia y comprometido con un juego justo.

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