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El día 24 de marzo se aprobó en el Congreso de la República el último debate del proyecto de ley que reformará el artículo 262 del Código Civil colombiano. Con esta reforma quedaría prohibido el castigo físico como estrategia de crianza y de educación.
Sobre este asunto hay opiniones encontradas reflejadas en redes sociales, donde las personas argumentan a favor o en contra. Lo que más me llama la atención son los comentarios con un tinte de desesperación, molestia y desacuerdo, que plantean escenarios casi apocalípticos por la prohibición del castigo físico. Describen que ahora los hijos les van a pegar a los padres, que todo va a empeorar y que la sociedad colombiana se va a plagar de delincuencia y violencia. No puedo negar que algunos comentarios me causaron gracia, porque considero que la delincuencia y la violencia son el escenario que tenemos en la actualidad. Automáticamente me respondí: el castigo físico no es tan efectivo como cree la gente.
Estoy de acuerdo con este proyecto de ley y lo celebro, pues como profesional en psicología y ciudadana he interiorizado que el castigo físico es como un pañito de agua tibia que solo calma un síntoma, pero que “no cura la enfermedad”. Entiéndase la metáfora y que estoy describiendo que el proceso de educación implica más que el hecho de cambiar la conducta superficialmente, pues es necesario que ese niño o esa niña comprenda por qué no debe comportarse como lo hace y no solo dejar de hacerlo (la mayoría de veces por miedo).
En la sociedad colombiana hay muchas problemáticas y la salud mental está fuertemente afectada, hay violencia desmedida reflejada en el conflicto armado y en las interacciones cotidianas de los ciudadanos. Muchos no son capaces de manejar sus emociones, lo que genera gran impulsividad; otros colombianos sufren abusos y una sumisión excesiva que no les permite defenderse del otro que los lastima; además, existe una doble moral que no tiene límites y que hace que las personas sean solapadas o que solo cumplan las leyes cuando hay un policía o una cámara vigilando sus actos. Estas son solo algunas de las problemáticas y pueden ser consecuencia de ese proceso de crianza en el que los padres y cuidadores sólo utilizaron el castigo físico como estrategia.
En mi opinión, la aprobación de este proyecto de ley contribuye a transformar ideas, mitos y prácticas, como que el castigo físico es la única alternativa para la educación (“la letra con sangre entra”), pues no lo es, también están el diálogo, el ejemplo, la autoridad que se construye con el respeto y la firmeza hacia el otro, la muestra de empatía y el manejo de las emociones. El hecho de que se prohíba el castigo físico no significa que los padres no pueden educar a sus hijos. También es necesario transformar la idea de que los padres son dueños de los hijos; es decir, los padres no pueden hacer lo que les plazca con ellos, hay que interiorizar que los niños también son sujetos de derecho. Por último, debemos transformar la idea más importante de todas, “que no pasa nada por utilizar el castigo físico y que las personas que fueron criadas así están muy bien”. Pues sí, el castigo físico sí deja secuelas en las personas, afecta su autoestima, su autoconcepto y no deja ver otras alternativas para solucionar situaciones conflictivas.
Estamos ante la puerta de un gran cambio y transitarlo no será fácil. No obstante, traerá muchos beneficios y tal vez nos acerque un poco más a vivir en el país que soñamos.