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A pesar de ser una lamentable situación, la pandemia bien podría ser un recurso invaluable, en virtud de que, mediante ella, podemos vislumbrar cómo nos comportamos precisamente en una contingencia de gran envergadura. Así, me arriesgo a afirmar que la crisis hace evidente que, en medio de la velocidad y las exigencias que impone una situación como esta, hay dos formas de correr y, por tanto, de cansarnos.
Byung-Chul Han, filósofo surcoreano, define la sociedad del siglo XXI como una sociedad del cansancio. “Yes, we can”, proclama con orgullo esta sociedad, a la cual le es inherente el deseo ciego de maximizar la producción. Lo que resulta sumamente particular en estos días, afirma Han, es que no nos encontramos en los tiempos arcaicos de la explotación del hombre por el hombre, sino que explotados y explotadores están encarnados en un mismo sujeto: el sujeto de rendimiento. El ser humano de este nuevo siglo “es, al mismo tiempo, verdugo y víctima”, concluye el filósofo.
En nombre del sacrificio, muchos hombres se castigan con jornadas desmesuradas de trabajo, por fines tan egoístas como vacíos. El punto no es que debamos trabajar para comer, puesto que, en muchos casos, tal idea no es más que una exageración: “Cuando la gente habla de lucha por la vida, en realidad quiere decir que lucha por el éxito. Lo que la gente teme cuando se enzarza en la lucha no es no poder conseguirse un desayuno (…), sino no lograr eclipsar a sus vecinos”, afirmó Bertrand Russell.
Imposible no pensar en Samsa, el personaje de Kafka, un hombre que, aunque se despierta con las patas y las antenas de un bicho, se angustia no porque su condición sea la de un insecto, sino porque ha perdido el tren que lo debía llevar hasta su oficina. Creo que hay una similitud enervante entre la actitud del personaje principal de La metamorfosis y algunos de nosotros: aun bajo las condiciones más oscuras que impone la pandemia, el asunto fundamental para algunos es y será, según parece, llegar temprano al trabajo.
Ahora, no todos trabajan impulsados por los mismos motivos. Como bien lo asegura Slavoj Zizek, lo anterior solo tiene validez para una clase en particular, ya que hay quienes sencillamente no pueden, por supervivencia, dejar de preocuparse por el trabajo: “Una brecha separa al alto directivo que posee o dirige una empresa de un trabajador precario que pasa los días en casa solo con su PC”. La pandemia, naturalmente, agrava la necesidad de estas personas.
Por su parte, hay quienes se imponen una explotación que bien podría calificarse como heroica. Zizek afirma que el exceso de trabajo de algunos profesionales de la salud es digno de orgullo y admiración, en comparación con el cansancio de un empresario que, teniendo como meta su egoísta satisfacción, se tortura a sí mismo con jornadas titánicas de trabajo. Hay una diferencia abismal entre las personas que se agotan salvando la vida de quienes necesitan asistencia en medio de una crisis sanitaria y entre quienes se castigan a sí mismos con el látigo de la explotación para alcanzar un puesto en el pedestal del éxito. Solo el cansancio de los primeros tiene sentido. “En algún lugar tiene que haber un despertador de la sensatez que avise el peligro de los juegos autoaniquiladores”, escribió la poeta Maria Wine. Ojalá el despertador del que habla la poeta nos avive una mañana para así convencernos de que, en la carrera por el éxito, nos hemos convertido en las víctimas del látigo que nosotros mismos, como verdugos, empuñamos.