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Por Juan Manuel Ospina Sánchez
Hace rato que los colombianos tenemos que empezar a hablar sobre nuestra salud mental. Es una conversación que estamos aplazando desde hace mucho tiempo. El último Boletín de salud mental sobre depresión, emitido por el Ministerio de Salud en 2017, dice explícitamente que esta enfermedad “es un problema de salud pública en el país”. Las cifras son muy reveladoras: desde 2009 hasta el 2018, el diagnóstico de depresión ha crecido en 277,6 % en toda la población; en el mismo lapso, entre jóvenes entre 16 y 24 años el crecimiento ha sido de un 798 %. Esto según cifras del mismo Ministerio de Salud. A pesar de que el asunto es estructural, los esfuerzos que como sociedad emprendemos para hacerle frente a la situación parecen no ser suficientes.
En materia de políticas públicas estamos graves. A pesar de que varios estudios epidemiológicos realizados en ciudades como Medellín y Cartagena han identificado que los estudiantes universitarios son una población particularmente vulnerable a enfermedades como la ansiedad y la depresión —la media mundial del trastorno depresivo es del 5 %; entre estudiantes colombianos llega al 15 %—, en la actualidad la respuesta estatal ante esta situación es precaria. El Gobierno no cuenta con políticas públicas específicas para acompañar a los universitarios en materia de salud mental, ya que el Ministerio de Salud tan solo “adelanta una mesa de trabajo con [la Asociación Colombiana de Universidades]” para hacerle frente a la depresión —según dijeron en respuesta a un derecho de petición—. Esto es muy preocupante, ya que evidencia falencias ante el reclamo de una población entera que exige atención especializada.
Para los estudiantes becados la situación es más grave. A sabiendas de que en muchos casos el otorgamiento de becas implica el desarraigamiento de un joven de su núcleo familiar y social —incluso de su ciudad— para insertarlo en contextos foráneos y de alta presión académica, al Estado parece preocuparle muy poco el acompañamiento psicoemocional a los jóvenes becados de los programas Ser Pilo Paga y Generación E. De hecho, la articulación de estos programas, desde su génesis, se caracteriza por la falta de enfoque en materia de cuidado en salud mental, ya que este aspecto se lo han delegado a las universidades.
Desde las instituciones de educación superior se ha hecho una labor importante para prevenir e identificar las enfermedades mentales, pero todavía hace falta aunar esfuerzos. En Colombia, por ejemplo, la capacitación en materia de primeros auxilios emocionales o mentales sigue siendo optativa. Muchos profesores sencillamente no saben cómo reaccionar ante —o siquiera reconocer— un episodio que pone en riesgo la salud mental de un estudiante. Pero el problema no es solo en las universidades, ya que llega a nuestras casas y lugares de trabajo: ¿Acaso alguno de nosotros sabría cómo reaccionar si un colega, compañero, subordinado, amigo, familiar o conocido tiene un episodio de crisis psicológica?
Como periodistas también tenemos una responsabilidad social en este tema. Según la organización ReportingonSuicide.org, lo que decimos y cómo lo decimos tiene una incidencia directa en la probabilidad de suicidios entre personas vulnerables. De acuerdo con las Organización Mundial de la Salud, debemos evitar los titulares sensacionalistas y el cubrimiento que se enfoca en detalles mórbidos. Es hora de darle al tema mayor profundidad y contextualizar las noticias a la luz de un problema urgente y estructural de salud pública. El periodismo debe ser una herramienta para educar sobre salud mental y acabar con mitos, para así alimentar un debate público complejo y necesario.
En Colombia el acceso al sistema de salud es precario y desigual y ello hace que la atención en materia de salud mental (que no ha sido prioritaria para el Estado) sea una víctima especial. En Colombia hay aproximadamente 1.003 psiquiatras en todo el territorio (uno por cada 44.865 habitantes) —de nuevo, según el Ministerio de Salud— y ello demuestra la falta de diseño de políticas públicas por parte del Estado para articular programas enfocados en la salud mental. Más allá de las coyunturas específicas y de los trágicos hechos, que como oleadas, le dan visibilidad temporal al tema, es vital —literalmente— que no nos hagamos más los locos con el asunto y lo abordemos en todas sus dimensiones.
