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Todos los políticos tienen que robar

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Columna del lector
27 de agosto de 2015 - 09:31 p. m.
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Se ha vuelto costumbre que durante las campañas electorales, los ciudadanos inconformes hagamos siempre las mismas afirmaciones: “todos los políticos son iguales, se montan al poder y luego no saludan a nadie ni cumplen sus promesas”, o, “eso lo dice ahora porque es candidato, después de que gane se vuelve igual de ladrón a los demás, es inevitable”.

No obstante, nunca nos hemos preguntado porque este comportamiento es el mismo en todos los candidatos sin importar su origen socioeconómico o ideológico. Y es allí donde radica el problema: no entendemos cómo funciona el círculo vicioso en el que está sumergido el “negocio” de la política.

Es necesario observar la coyuntura de casi todas las campañas que se están realizando para las próximas elecciones locales para darse cuenta de que es imposible que los concejales, diputados, alcaldes o gobernadores que ganen no lleguen a robar. Por ejemplo, si en cifras no oficiales, pero que todo el mundo sabe, un candidato a la Alcaldía de Cúcuta debe gastar para ganar alrededor de 5 mil o 10 mil millones de pesos entre compraventa de votos, publicidad, eventos, logística, etc., ¿Cómo esperamos que su sueldo de 10 millones de pesos alcance para recuperar esta inversión? Es obvio que resulta matemáticamente imposible. Con el resto de cargos de elección popular ocurre lo mismo.

Por otra parte, lo más preocupante no es que haya candidatos dispuestos a ganar elecciones comprando votos, lo más grave es la gran cantidad de cucuteños disponibles a vender gustosamente su voto. Dejémonos de pendejadas, en nuestra ciudad la mayoría de electores acceden a entregar su voto por mercados, favores o dinero en efectivo por una decisión voluntaria. A ninguno de ellos los están obligando a vender el voto, por lo tanto, el tan añorado voto de opinión a favor de los intereses colectivos de la ciudad es prácticamente una utopía y no alcanzan a ser ni 10.000 votos. Entonces, de nada sirve que nos rasguemos las vestiduras despreciando a la clase política de nuestra región, pues ella es un reflejo del cucuteño promedio y nuestra democracia. En pocas palabras, nosotros tenemos los dirigentes que merecemos.

Desafortunadamente, somos una ciudad muy pobre. Mientras en ciudades como Bogotá o Medellín hay una amplia clase media educada que vota a conciencia, en Cúcuta tenemos una mayoría de la población pobre y vulnerable que no tiene educación de calidad. Entonces, si los cucuteños votan voluntariamente por un beneficio individual cortoplacista, ¿cómo esperamos un cambio en las elecciones? A largo plazo no hay otro remedio que esperar a que las futuras generaciones sean más educadas y menos facilistas. Para nuestro pesar, ganar elecciones no es un asunto de bellos discursos y buena voluntad. Las campañas son desgastantes y muy costosas.

Derrotar las maquinarias existentes no se logrará solamente con un cambio de conciencia por parte de las mayorías. Para que gane una nueva clase política, es necesario que se cuente con el respaldo económico y electoral de los empresarios y gremios que están cansados de vivir en una ciudad de oportunidades limitadas.

Cuando el sector productivo de la ciudad se organice políticamente y esté dispuesto a invertir en política por una ciudad más competitiva, tengo esperanzas de que el destino de la ciudad será diferente. Lo anterior es algo que en otras ciudades de Colombia está sucediendo como en Medellín o Barranquilla. El enemigo no son los políticos, pues ellos tan sólo son una consecuencia de nuestra inoperancia como ciudadanos. El verdadero enemigo es el círculo vicioso en el que estamos sumergidos, y del cual todos somos parte y lo alimentamos constantemente.

Sebastián Felipe Gómez, un cucuteño. @gomezsebastianf

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