Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

Transmilenio: ¿'apartheid' sexual?

Columna del lector

07 de septiembre de 2014 - 10:00 p. m.

“¿Vagones rosa?”, me preguntó un amigo, a lo que respondí: “Sí, ¿qué tiene?”, con algo de sorna. “¿Exclusivos para mujeres?”, preguntó de nuevo, como si no procesara la noticia, con una sorpresa que me pareció razonable. Respondí con aún más sorna: “Si, ¿no es emocionante?... ¡El apartheid sexual!”, y tras una pausa: “Next level”, dije.

PUBLICIDAD

Cuando en una instalación, digamos un banco, se prohíbe la entrada de personas armadas como medida de protección, el ciudadano común que entra a dicho banco comprende inmediatamente que el peligro no reside por antonomasia en las personas que entren al banco, sino en las armas que eventualmente pudieran llevar consigo; es decir, el banco declara como peligrosas las características que diferencian a una persona armada del resto de personas. Así, si a mí (ciudadano común) me informan de que, como medida de protección, se me prohíbe la entrada al vagón de un bus articulado de Transmilenio (público) por ser hombre, de acuerdo con la anterior alusión al banco, comprendo inmediatamente que soy un ciudadano peligroso (o por lo menos lo es mi acceso al primer vagón de cualquier articulado de Transmilenio pintado de color rosa) debido a mis diferencias con respecto a las respetables ciudadanas que, por esas mismas diferencias, pero invertidas, no tienen acceso restringido (y mucho menos prohibido) a dicho vagón.

¿Pero cuáles son esas diferencias que me hacen peligroso ante cualquiera de estas ciudadanas? Al parecer soy peligroso debido a mis cromosomas, a lo poco curvilínea que es mi silueta, a la ausencia y presencia, involuntaria, de ciertos órganos sexuales y, por último, a arquetipos sociales que condicionan la forma de mi cabello y mi indumentaria. Es decir, dejaré de ser peligroso cuando cambie el estilo de mi cabello, realice adiciones y amputaciones a mi cuerpo (no discuto la legitimidad de una cirugía de cambio de sexo, a menos que sea necesaria para conseguir acceso a un vagón), vista falda y use tacones. (Discúlpese la descripción arquetípica de la mujer que inspira este último párrafo. Ojalá resulte implícita la ironía y estas últimas líneas sean un desperdicio).

Read more!

¿Y qué de las ciudadanas que no tengan una figura, digamos, arquetípica (¡agh, maldita palabra!), luzcan un cabello corto (hermosas, por cierto) y por comodidad decidan usar jeans, tenis y, tal vez, camisa a rayas? Supongo que las salvará el maquillaje, a menos que decidan maquillarse en el cómodo vagón rosa… Perdón, en el vagón rojo, porque tendrán que llevar encima suficiente bisutería que pruebe que son mujeres, pero no tanta para ser tomadas (¿tomados?) por ladronas (¿ladrones?) de joyería femenina. Exagero, es obvio.

Ahora siguen los taxis exclusivos al público femenino. Supongo que después vendrán los andenes, las aulas, los centros comerciales, los barrios, los puentes, los parques, los vagones (de estaciones, el otro hecho está consumado)… En fin, exclusivos para mujeres.

Gracias a todos y todas. Yo solo quiero entrar con tranquilidad al primer vagón que pueda, sin reparar en su color cuando vaya de afán porque voy tarde a mi destino y necesito llegar. Agradecería la comprensión de todos, incluso de la Secretaría de la Mujer que, supongo, trabaja con horarios).

Read more!

P.D. Hay una escena en la película de Roman Polanski sobre Wladyslaw Szpilman (El pianista) en la que Wladek aborda un vagón y queda frente a la zona exclusiva para alemanes. ¡Polacos, un peligro!

 

 

Julio Mario Monterroza *

No ad for you

 

Conoce más
Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.