Lo correcto; no lo popular

Pablo Felipe Robledo
20 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.

Para un gobernante tener un nivel alto de favorabilidad es un gran reto. Y eso, en una sociedad polarizada y de bandazos ideológicos, es algo imposible salvo que el poder se use para fomentar el sectarismo.

Aquí es entonces donde surgen dilemas para algunos gobernantes. ¿Hago lo correcto con independencia de lo que la mayoría de la gente quiere que haga? ¿O hago lo que la gente quiere que haga así esté convencido de que es incorrecto? Lo primero demanda carácter de estadista y no siempre es taquillero; lo segundo es terrible, pero da popularidad.

Lo anterior lo pongo en esos términos porque cuando el gobernante hace lo correcto a sabiendas de que además es lo que la gente quiere que haga, no contempla dilema alguno. Ahí todo es un “gana gana”.

Abundan ejemplos que muestran que es fácil ganar favorabilidad siendo un gobernante irresponsable. Lo fueron Chávez y Maduro. Ellos dijeron lo que el pueblo quería oír, feriaron a manos llenas lo que no podían dar, acabaron expropiándole al sector privado lo que no podían arrebatarle y cambiaron tantas veces las reglas de juego de la democracia que mutaron a perpetuos prisioneros de su poder en el Palacio de Miraflores. Y todo eso lo hicieron de la mano del pueblo y de la favorabilidad que registraron en encuestas y urnas. 

Sin embargo, lo que se hace mal sale peor. Y hoy, muchos de los millones de venezolanos que ruegan por la caída del “régimen chavista” otrora fueron quienes aplaudieron rabiosamente a favor de esos gobiernos chabacanos. Obvio, lo hicieron ilusionados entre falsas promesas y orgasmos intelectuales.

Planteo lo anterior porque acontecimientos recientes me hacen sospechar que el presidente Duque, buscando la favorabilidad que tenía perdida hace dos meses, estaría gobernando de forma irresponsable, pretendiendo el aplauso de muchos por encima de lo correcto. Esa forma de gobernar es tentadora, pero trae consigo el enorme riesgo de que las cosas puedan salir muy mal para desgracia de él, de millones que lo aplaudieron y del país.

Por más popular que pueda ser, nunca estaré de acuerdo con aplicar la peregrina teoría de creer que lo firmado por el anterior gobierno en nombre del Estado colombiano no obliga al nuevo gobierno y puede ser olímpicamente desconocido. Siempre creeré que es irresponsable pisotear la palabra empeñada en pactos con el Eln, las Farc, los paramilitares o cualquier grupo al margen de la ley (Epl, M-19, Quintín Lame), así como objetar la ley estatutaria de la JEP, aprobada ya por el Congreso y la Corte Constitucional. 

El presidente debe entender, mientras esté en el Palacio de Nariño, que fue elegido para hacer lo correcto. Gobernar no es el arte de hacer lo popular; si así fuera, cualquier irresponsable charlatán podría ser buen presidente. Si Duque sigue así, será prisionero del odio y de la guerra a la que hoy mucha gente lo quiere conducir, pero debe saber que esos mismos serán quienes mañana le reclamarán no haber hecho lo correcto sino lo popular.

P.D. Aplica también para ministros y superintendentes, entre otros.

 

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