Lo fundamental y lo posible

Juan David Ochoa
16 de junio de 2018 - 06:00 a. m.

Las ideas fundamentales del progresismo siguen sobreviviendo al boicot. Todas las ligerezas y prejuicios contra la primera izquierda posible se han derrumbado al mismo ritmo del ensañamiento. Los venenos de Darío Arizmendi y los torpedos absurdos de Luis Carlos Vélez, el terrorismo mediático y las amenazas del alto empresariado con sus despidos y sus fugas, no pudieron encontrar más que las respuestas abiertas de otro paradigma; la alternativa política que estuvo siempre al costado de esta historia construida en la marginación.

Contra toda la corriente imponente del conservatismo y contra toda la atmósfera del pánico ficticio y la marea de inventos de  Rendón y los estigmas inconscientes y los dogmas impuestos y la gravedad de la costumbre, Gustavo Petro ha sabido responder sobre lo fundamental,  sobre los arquetipos y las razones que nos llevaron a decidir ahora entre las antípodas de la política y sus dos concepciones del futuro. Por esa llana y cruda razón Iván Duque y su séquito decidieron cancelar el debate final; por la evidente carencia de argumentos y el interés canallesco de ocultar el pasado y la realidad con artificios. Develarse con todas las fallas estructurales les arriesgaba aún más su caudal electoral que deben cuidar ahora, cuando la discusión política alcanzó los fundamentos esenciales de una tradición que falló; un estatu quo que condujo a la implosión y al desbarajuste entero de sus propios andamios y principios.

La incompetencia de las castas que quisieron gobernar por siempre este país consagrado a la idolatría y a la sumisión fue su derrota. Por eso están ahora unificadas alrededor de Duque, esa figura fresca que escogieron estratégicamente los ultramontanos parar salvar la tradición bajo una sola franquicia, el mismo partido que quisieron destrozar con intereses burocráticos en los años en que el poder fue ostentado por otra de sus vías. No importa ahora que se hayan tratado de asesinos, de mafiosos y masacradores en tiempos de sobrevivencia y oportunismo, cuando lo vieron necesario y óptimo y cuando quisieron desmarcarse cada uno de los horrores del otro para sostener la vigencia de sus toldas. Ahora y como siempre deben salvar el barco y el sustento que los trajo aquí desde los mismos tiempos de la Colonia, cuando por su condición de criollos heredaron los privilegios de los reyes: la titulación de las tierras ajenas, la sacralidad de la nobleza y el estatus que los diferenciaba de ese pueblo que los sigue avergonzando. Ahora que la historia acomodó sus fichas en la apertura de otro futuro que los desafía deben defenderse unidos para no morir.

El discurso de Petro ha sido eficaz en el señalamiento detallado de la coyuntura y en las consecuencias históricas de reelegir ese viejo paradigma y esa vieja costumbre colonial. Ha sido hábil en nombrar esta tendencia cultural a aceptar las imposturas raciales y feudalistas como una realidad aún vigente y sin merecimiento al escándalo. Ha sabido llegar a esta jornada electoral sobre todas las trampas y los escollos priorizando el pensamiento, y la posibilidad de su elección sigue superando el umbral que nunca tuvo. Los últimos vestigios de la Colonia pueden hundirse mañana, junto a los últimos duques de esta historia servil.

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