Lo humanitario mata lo geopolítico y lo constitucional

Daniel García-Peña
15 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

“Venezuela es el centro de una guerra mundial del imperialismo norteamericano y sus satélites”. Así inició Nicolás Maduro la toma de posesión de su segundo mandato. Prosiguió con la larga historia del intervencionismo gringo en América Latina, vapuleó a los gobiernos lacayos bautizándolos Cartel de Lima, fustigó a la Unión Europea por neocolonialista e hizo un recuento muy emotivo de las luchas e ideas bolivarianas.

En términos geopolíticos, efectivamente hay un realineamiento mundial en torno a Venezuela —en eso tiene razón Maduro— y el mejor reflejo fue la ausencia de muchos en la posesión (Estados Unidos, Canadá, Japón, toda Europa y los países latinoamericanos con la excepción de México, Cuba, Bolivia, Nicaragua y El Salvador), pero también la presencia de otros (Rusia, China, Turquía, Irán y los países árabes y africanos).

Asimismo, Maduro hizo una defensa de la democracia venezolana, recordando los triunfos del chavismo en 23 de las 25 elecciones de los últimos 20 años. Sin embargo, no hizo referencia al desconocimiento de la Asamblea Nacional legítimamente elegida ni al cambio amañado del calendario electoral ni a los líderes de la oposición encarcelados. Citó, eso sí, unos artículos de la Constitución para sustentar la legitimidad de su mandato. Días después, Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, citó otros artículos de la misma Constitución para justificar su declaración como presidente interino.

Pero lo que pasa en Venezuela es mucho más que una crisis constitucional o política (también lo es) o una crisis geopolítica e ideológica (también lo es). Es sobre todo una crisis social y humanitaria, que se evidencia con los 2,3 millones de venezolanos que han salido del país y cuya cara humana se conoce hablando con ellos y ellas en las calles de nuestras ciudades. Sus testimonios describen una situación dramática que sobrepasa cualquier consideración geopolítica o constitucional.

Maduro dice que todo es el resultado de la guerra económica del imperialismo. Pero sin duda es también la consecuencia de haberle entregado el manejo de la economía a los militares como fórmula de gobernabilidad, para que no lo tumben. Esto ha provocado altos niveles de ineficiencia y corrupción rampante.

Por eso, Maduro prefiere hablar del antiimperialismo, a sabiendas de que el enemigo externo toca las fibras nacionalistas del pueblo venezolano. Entre más altas sean las tensiones y más agresivas las amenazas —percibidas o reales—, más se fortalece internamente.

Y así los radicalismos se retroalimentan. Para las derechas latinoamericanas, las palabras y las acciones contra Maduro se han convertido en eje central de su narrativa, elemento aglutinador a nivel regional y mundial e instrumento efectivo para acercarse a los Estados Unidos y a Europa.

En Colombia, el discurso contra el castrochavismo le viene sirviendo al uribismo como herramienta de agitación política desde la campaña del No. Durante años, logró canalizar los odios contra las Farc como “enemigo de la sociedad”, brindándole innumerables réditos políticos. Ya desaparecida las Farc como guerrilla armada, Venezuela es el perfecto nuevo “enemigo”. En los demás países latinoamericanos, el miedo a convertirse en “otra Venezuela” también ha sido una eficaz arma electoral de las derechas y ayudó a elegir a Bolsonaro.

Sin embargo, la escasez y el hambre que padece el pueblo venezolano no se resuelven con discursos anticastrochavistas ni antiimperialistas. Por importantes que sean las dimensiones geopolítica, ideológica, constitucional y política, no deben ocultar o ignorar la crisis social y humanitaria. Atenderla requiere esfuerzos multinacionales y el diálogo entre las partes, independientemente de las diferencias.

Por ende, la decisión de Colombia y demás países del Grupo de Lima de desconocer y cortar relaciones con el gobierno de Maduro es totalmente desacertada. Durante los años más álgidos de la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética nunca rompieron relaciones pese a sus profundas contradicciones y siempre mantuvieron el canal diplomático del teléfono rojo a la mano.

Echarle más leña al fuego le sirve tanto a Maduro como a las derechas latinoamericanas, cada uno hablándole a sus bases, subiéndole el volumen a la retórica, alimentando la xenofobia, sumando likes en las redes sociales. Pero para el pueblo venezolano, esto significa la desatención, continuación y profundización de su tragedia.

danielgarciapena@hotmail.com

* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y director de Planeta Paz.

 

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