Lo que está en juego

Santiago Montenegro
13 de mayo de 2018 - 08:13 p. m.

Hugo Chávez moderó completamente su discurso durante la campaña que lo llevó a la Presidencia de Venezuela, en 1999. Al tiempo que criticaba la corrupción, prometía respetar la propiedad privada, mantener la economía de mercado, preservar la separación de poderes y la independencia de los jueces, del legislativo, del poder electoral y de los medios de comunicación.

Muchos demócratas lo respaldaron, otros sin respaldarlo creyeron que respetaría las instituciones, otros le dieron un margen de espera.

Al final, engañó a todos y, 20 años después, Venezuela es una dictadura que produjo una crisis humanitaria jamás vista. A menos de dos semanas para las elecciones a la Presidencia de Colombia, esta tragedia no la podemos olvidar. Con alguna razón, varios analistas han dicho que, por tantos debates, tenemos una sensación de cansancio y fatiga, pues, en algunos temas, los candidatos parecen decir lo mismo y se comportan como manada.

Por eso, tenemos que repasar lo que han planteado, no solo durante esta campaña, sino especialmente lo que han argumentado en el pasado. Lo que han sido siempre. Para quienes creemos en la democracia liberal, es crucial estudiar la coherencia de su pensamiento con relación a la economía de mercado. No solo porque tenemos la convicción de que la libre empresa y la economía de mercado son condiciones necesarias, aunque no suficientes, para crear prosperidad, generar empleo formal y proveer recursos para que un Estado eficiente pueda proveer bienes públicos de excelencia, sino por razones aún más profundas, razones que detesta el pensamiento populista autoritario.

Porque, durante los últimos 200 años, la economía de mercado ha sido indisoluble con la libertad y con la existencia de un espacio que pertenece exclusivamente al individuo, lo que ayudó a liberar a los hombres de la tutela de Virreyes, de obispos, de dictadores y de comandantes. La economía de mercado fue también crucial para romper las relaciones sociales de servidumbre, como las feudales de la Edad Media, o la de los apellidos y de status del pasado más reciente, o las de sujeción al partido comunista o al Socialismo el Siglo XXI de hoy. Estos regímenes detestan también al mercado porque es un medio crucial, junto a otros como la educación, para que cada ser humano pueda desenvolver su vida de acuerdo a un plan que el mismo se ha trazado. Eso es lo que Kant llamó la autonomía, que opuso a la heteronomía (la dependencia de otros) y, con base en ella, aborreció el paternalismo, el tratar a otros seres humanos como incapaces de tomar decisiones por ellos mismos. Finalmente, el mercado permite comprar cosas, como vestirnos como nos da la gana y no como mandaba el Virrey en la Colonia, o el obispo en el siglo XIX, o los hermanos Castro en el siglo XX. O, con su destrucción, no poder comprar nada, ni siquiera bienes de primera necesidad, como ha hecho el régimen de Chávez y Maduro.

Por supuesto, la economía de mercado no es perfecta, tiene fallas que hay que ir remediando, pero es, junto a la democracia, un elemento esencial de nuestras instituciones. Al escoger nuestro voto, tenemos que repasar la coherencia que cada uno de los candidatos ha tenido con relación a la democracia y a la economía de mercado y también con los regímenes que las han destruido, como el que fundó Hugo Chávez.

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