Si se dice centrista, y no se asume de centroizquierda o centroderecha, nos quiere engañar, está confundido o le falta valor civil y político (y por eso nos quiere engañar).
Los políticos poco comprometidos con las ideas dicen cualquier cosa que crean conveniente respecto de su posición ideológica, asumiendo que todos son conscientes de ella. Pero no estamos obligados a seguirles el juego.
Por estos días muchos creen que es mejor hablar del “centro” a secas. Se imaginan, con cierta razón, que si se declaran de centroderecha o de centroizquierda, el electorado creerá que de ser elegidos gobernarán con ideas de izquierda o de derecha.
Es decir, no se reconoce que haya ideas propias del “centro”, sino que se acepta (implícitamente) que sus ideas dependen de las de izquierda o derecha. Para ser “punto intermedio” necesita de los extremos, por definición.
Para ser “centro puro”, “centro-centro” o “extremo centro” necesitaría tener supuestos fundamentales propios (sobre la naturaleza humana, por ejemplo), pero lo que tiene es una amalgama variable de dos ideologías básicas.
En un cierto nivel intelectual, alejado de la charlatanería, tal amalgama, por más ecléctica que sea, requiere de ideas, principios, valores o actitudes, que inevitablemente la llevarán hacia la centroizquierda o centroderecha.
Se puede contraargumentar que es posible ser de centroderecha en cuestiones económicas y de centroizquierda en cuestiones sociales, al menos en los encasillamientos convencionales y en cuanto a declaración de objetivos. Correcto.
Pero apenas se profundice en reformas y políticas públicas para llevar a cabo tales objetivos, surgirán dilemas cuyas decisiones nos devolverán a un eje ordenador, sea hacia la izquierda o hacia la derecha.
La naturaleza del “centro” es más político-electoral que ideológica, y por eso funciona bien en campaña. Ya en el gobierno, cuya naturaleza es más ideológico-programática, el centro precisa de una caracterización, a la derecha o a la izquierda, en el grado que sea, para construir un norte.
Los equilibrios de la democracia tienden a poner el eje de las elecciones en el espacio entre los extremos, el centro, y allí se ganan, porque los problemas de las sociedades exigen más pragmatismo (moderación) que absolutos de cualquier índole.
Ya en el gobierno, el pragmatismo del centro, así como no puede ser amoral, tampoco se aconseja que sea carente de ideología o de programa, y simplemente vaya administrando lo que salga o toca y pateando hacia adelante los problemas.
Como dijo Arthur M. Schlesinger Jr., “todos los problemas importantes son insolubles. Lo bueno proviene de la lucha continua para tratar de resolverlos” (las reformas). Una dificultad grande para un país sería una política que se debata entre la preeminencia total de la orientación sobre el pragmatismo y el centrismo pragmático sin debida orientación, mientras los problemas crecen y piden ensayar políticas coherentes.