Lo que nos pasa cuando gana Donald Trump

María Teresa Ronderos
04 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

Una de las decisiones más trascendentales para el futuro del mundo (y de Colombia, que aunque algunos parezcan no darse cuenta, hace parte de él) es la que va a tomar el Senado de Estados Unidos la próxima semana. Va a eximir al presidente Donald Trump de los cargos que le imputó la Cámara de Representantes de obstruir la justicia y abuso de poder al intentar condicionar el apoyo económico a Ucrania a que este gobierno le encontrara trapos sucios a su potencial rival demócrata, Joe Biden, para usarlos en su contra en la campaña electoral que se avecina.

Algunos esperaban que aún quedaran unos cuantos republicanos dignos que respaldarían lo que es correcto: un juicio limpio. Así por los menos podrían hacer que testigos renuentes declararan y que el gobierno entregara documentos que aún no ha soltado. ¡Acusaciones así de graves necesitaban de toda la información y de un debate más detallado! Pero sólo dos senadores, Susan Collins de Maine y Mitt Romney de Utah, respaldaron a los demócratas en esta petición razonable. Los demás republicanos prefirieron cuidar a sus votantes trumpistas y no arriesgar su próxima reelección, así algunos de ellos reconocieran que lo que hizo Trump estuvo mal hecho.

Esto augura que Trump saldrá absuelto del impeachment sin que sus jueces hayan escuchado siquiera a todos los testigos ni visto toda la evidencia. Como dijo uno de los representantes acusadores, el demócrata Adam Shiff, “si un juez o un presidente cree que le favorece tener un juicio sin testigos, citarán el caso de Donald Trump”.

Esta decisión sentaría, además, un precedente ético en la democracia más poderosa del planeta que tendría repercusiones profundas en los demás países. Significa que, de ahora en adelante, se vale en una democracia, pues está en el interés público, que un presidente apele a cualquier subterfugio para conseguir ventajas en la elección, según argumentaron varios senadores republicanos sin sonrojarse. Nicolás Maduro, Daniel Ortega y nuestro querido Álvaro Uribe —que intentó chuzadas y amedrentamientos a los magistrados, yidispolítica y otras especies para reelegirse— deben estar saltando una pata. Ahora tienen patente de corso made in USA para argumentar que cualquier medida que sirva a sus ansias de poder, contribuye también a la nación.

En Colombia, el riesgo no es que Iván Duque se invente quedarse en el poder. No tendría la gasolina política para hacerlo. El peligro es que con el truinfo trumpista, las líneas duribistas se hinchen, intensificando su estilo bilioso y su desdén por los valores liberales y la igualdad social. El uribismo sabe que sólo florece entre gente con miedo, y por eso busca escatimarle a la paz por donde puede. Aconsejó nombrar ministros de Defensa que no saben nada de seguridad; exhortó a jefes militares para enfilar las armas de inteligencia en contra de sus críticos y no contra las crecientes organizaciones criminales; sostuvo a un canciller que quiso limitar el mandato de la comisionada de la ONU para los derechos humanos; y respaldó en masa a un ministro de Hacienda que le quitó dinero al desarrollo de los municipios afectados por el conflicto (apenas 0,8 % del PIB para la paz, cuando lo pactado era un mínimo del 10 %).

Por suerte, aunque Trump emerja victorioso del juicio en el Congreso, el mandatario republicano aún tiene que pasar la prueba de las elecciones en noviembre próximo. Si entonces los demócratas lo vencen, los regímenes que se ufanan de llamar democracia todo aquello que les dé poder ya no podrán dar por descontado el aval del mandatario estadounidense. Y en Colombia, la frágil paz tendría nuevos aires, pues al uribismo más radical le soplarán vientos en contra desde el norte.

@mtronderos

 

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