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Los esclavos de la vicepresidenta

Santiago Villa
17 de junio de 2020 - 05:00 a. m.

Es llamativa la metáfora equina con la que el columnista Juan Ricardo Ortega representó esta semana el dilema del narcotráfico, pero no fue acertada su aplicación. Más que retratar la relación entre el capo y el cultivador de coca, lo que dibuja la dinámica entre el domador de caballos y el animal son los papeles de Estados Unidos y Colombia en la lucha contra el narcotráfico: “el caballo, por más fuerte que sea, no hace trizas el cepo, porque la verdadera cadena ya está en su mente”.

Colombia acepta, como un potro temeroso del látigo yanqui, que la producción y exportación de cocaína (y las demás drogas recreativas) esté criminalizada. Tan interiorizada tenemos la cadena, que incluso a la oposición política le preocupa más que los soldados estadounidenses estén en Colombia para amenazar a Venezuela, que para lo que abiertamente dicen que vienen: repetir de alguna manera u otra el fallido Plan Colombia.

Si bien fue en buena medida gracias a la ayuda militar de Estados Unidos durante la década del 2000 que las Farc se sentaron en la mesa de negociación, una vez firmado el acuerdo los territorios que dejaron devinieron en un vacío de poder, y un consiguiente baño de sangre, por el control del negocio del narcotráfico. No solo eso: algunos negociadores seguían traficando y ahora están de nuevo a la cabeza de la producción de cocaína. Es decir, por más procesos de paz y castillos que dibujemos en el aire o el papel, la realidad se impone: la lucha contra el narcotráfico en Colombia no se va a ganar nunca.

La única salida al narcotráfico es la legalización de las drogas. No hay aspersiones, sustituciones ni erradicaciones manuales que valgan. Ortega y una amplia comunidad de expertos nacionales e internacionales miran con optimismo el ejemplo de Tailandia, pero la producción de amapola de Tailandia estaba solo suscrita a un área, no a buena parte de la zona rural del país, y su producción era más de 10 veces menor (18.000 hectáreas en Tailandia en comparación a las 212.000 de Colombia). Es como decirle a un paciente con metástasis que confíe en los ungüentos fungosos de la ministra de Cultura, porque el tumorcito de un amigo se curó.

Sin embargo, también entiendo que estar insistiendo en la legalización, teniendo como amenaza el látigo que sin duda caería sobre nosotros, puede verse como otra manera de dibujar un castillo en el aire. La “paradoja compleja” que menciona Ortega al final de su columna no es tanto que el COVID-19 no deje hacer las inversiones en el campo que los campesinos necesitan para sustituir cultivos. Ese en últimas es un falso problema, porque si esos campesinos no cultivan coca, la cultivarán otros un poquito más lejos.

La “paradoja estructural”, entonces, es que en 10 años podríamos acabar con el problema del narcotráfico en Colombia si legalizáramos, pero las cadenas de potencias extranjeras no nos permiten aplicar la solución que eliminaría de un solo tajo las grandes estructuras del crimen organizado. Hay que insistir sin descanso, en todos los escenarios posibles, que la única solución estructural para Colombia es despenalizar la producción de las drogas recreativas o, si no, al menos despenalizar los cultivos de coca, que son el eslabón más débil e indefenso de la cadena. Pero precisamente por serlo es que las políticas del gobierno actual se centran en atacar a los campesinos.

Y ahora hay que hablar del elefante en la sala: ¿quién es Marta Lucía Ramírez, el capataz o el potro? Prefiero replantear esta metáfora: ¿quién es la vicepresidenta: el capataz o el esclavo? Ella es lo que en el siglo XVII se llamaba el “capitán”: el esclavo encargado de supervisar el trabajo de los demás esclavos.

A pesar de que su hermano pagó una condena por narcotráfico y ha vivido de cerca la omnipresencia de esta actividad, Ramírez no ha cuestionado que 50 años de una política prohibicionista solo han llevado a la mutación de los carteles. En cambio, es una abanderada de seguir invirtiendo dinero y vidas humanas en una guerra que no va para ninguna parte, aunque sí enriquece a los militares y contratistas de la cadena, como ella quizás comprobó cuando era ministra de Defensa y quiso reformar las contrataciones.

Necesitamos líderes que sean más transparentes hacia el electorado con respecto a lo que han vivido y lo que han visto, y que estén dispuestos a jugársela por una solución definitiva al narcotráfico, y no a perpetuar la guerra.

Twitter: @santiagovillach

 

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