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Los monumentos que nos representan

Columna del lector: Francisco J. Gómez-López
27 de julio de 2020 - 05:01 a. m.

Los monumentos representan parte de la memoria que cada país decide conmemorar. En Estados Unidos, el movimiento de protesta que siguió al brutal asesinato por parte de la policía de George Floyd ha generado una creciente presión para remover a aquellos personajes históricos que simbolizan el racismo, la esclavitud y el genocidio. También a escala mundial se reabre un debate sobre lo que significa rendir tributo a ciertos personajes, lo cual nos debería llevar a una reflexión similar en Colombia.

En los últimos meses en Estados Unidos han sido removidos una serie de monumentos de figuras que apoyaban la supremacía blanca y el esclavismo, junto con cientos de banderas, pedestales, placas y memoriales que representan a los Estados Confederados. Al 10 de julio habían sido depuestas 32 estatuas alusivas a Cristóbal Colón, algunas vandalizadas y otras almacenadas por orden de mandatarios locales. Estatuas similares han sido removidas en Bélgica, Bolivia, Inglaterra, Nueva Zelanda y otros países. Calles, cementerios, escuelas, bibliotecas y otras edificaciones también han cambiado de nombre.

En nuestro país ha existido un cierto impulso por remover la estatua de Sergio Arboleda, personaje que durante la Colonia se enriqueció con el comercio de esclavos. Otros como Sebastián de Belalcázar, conquistador que arrasó con gran parte de la población indígena del suroccidente del país, continúa siendo un símbolo incuestionable en Cali, mientras que las estatuas de Colón siguen erguidas en Bogotá, Cartagena y Barranquilla.

Ahora bien, ¿por qué termina siendo importante cuestionar estos monumentos? Existe un descontento generalizado sobre la historia oficial contada desde las escuelas y exaltando la figura benévola de los conquistadores como simples descubridores, mas no en su faceta de esclavistas, transgresores y mercenarios. Por otro lado, comunidades indígenas, afrocolombianas y ROM siguen sometidas a una exclusión que ignora sus historias. En este sentido, las estatuas de Colón, Quesada y otros conquistadores bien pueden estar en un museo de la memoria, en donde se cuente en contexto sobre sus robos, masacres y torturas dentro de una política conquistadora de barbarie.

Uno de nuestros grandes problemas es que aún pensamos dentro de una mentalidad colonizadora que no reconoce este funesto pasado, mientras continúa discriminando a sus comunidades étnicas en busca de un ideal europeo del que nunca haremos parte. Muchos monumentos y edificaciones con nombres de conquistadores y traficantes de esclavos se erigieron mucho después de la Independencia, lo que indica un propósito claro desde aquella época por exaltar la Conquista y posterior colonización, pero a la vez de invisibilizar una buena parte de las identidades autóctonas.

Ya han pasado más de cinco siglos desde la Conquista y es hora de replantear esa historia contada a medias, que suprime el saqueo y la destrucción de culturas enteras. Estos monumentos son símbolos que más que llamar a una verdadera reflexión sobre lo que pasó durante la época de la Conquista, están ubicados en las principales plazas del país, convirtiendo a estos individuos en héroes de nuestra formación histórica.

La historia es un proceso constante de cambio que implica exponer, replantear y desterrar los males del pasado. ¿Será que 500 años no son suficientes para comenzar a pensar distinto y cambiar el imaginario europeo por uno que incluya las múltiples identidades que conforman nuestra nación colombiana? Esta tarea es necesaria para poner fin a los ciclos de violencia que nos dividen y nos impiden reconocernos unos con otros. Una buena manera de comenzar este reconocimiento sería remover esos monumentos y reemplazarlos por otros que sí nos representen.

Por Francisco J. Gómez-López

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