Los negacionistas de las humanidades

Mauricio García Villegas
29 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

Hace poco la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez les recomendó a las jóvenes que no estudiaran carreras como sociología o sicología, mal remuneradas y con demasiado egresado, sino otras más rentables, como matemáticas o ingeniería. Sus declaraciones desataron un acalorado debate que, como suele suceder, se quedó en lo accesorio, en las recriminaciones políticas y en los odios; todo, sin ir al fondo del asunto.

Empiezo por decir que las declaraciones de la vicepresidenta me parecen desafortunadas. El número de sociólogos en el país es muy bajo; en 2018 sólo se graduaron 542, mientras que el número de abogados (la profesión de la vice) fue de 18.000. En ese mismo año se graduaron un poco más de 13.000 psicólogos. Es posible que Ramírez hubiese querido decir que, para estos profesionales, el mercado estaba saturado. No sé si eso es cierto. Pero, suponiendo que lo sea, ese comentario le quedaría bien a, digamos, un rector de colegio o, mejor aún, a un asesor de un fondo de pensiones, pero no a una vicepresidenta, de quien uno espera que hable de lo que necesita el país, no tanto el mercado. Pero bueno, eso es un asunto menor.

Lo importante, a mi parecer, es lo que quiso decir la vicepresidenta y que la derecha y los neoliberales (no me gusta esta palabra) vienen diciendo desde hace décadas: que el progreso de un país depende de los ingenieros y los científicos, que son los que hacen mover la economía, y no de los profesionales que estudian humanidades.

Estoy en desacuerdo con esa afirmación. Sin embargo, también es cierto que en muchas universidades de América Latina (digo muchas, no todas) las ciencias sociales y, en general, las humanidades se conciben como saberes especulativos que no se pueden confrontar ni verificar. En estas universidades, muchas de ellas privadas y de mala calidad, difícilmente se aprende a medir hechos sociales con objetividad. La estadística y los métodos de investigación cuantitativos no se enseñan o se enseñan superficialmente. Por eso los profesionales de esas carreras salen mal preparados y no le sirven a la sociedad, ni siquiera a ellos mismos. Pero el hecho de que las ciencias sociales se presten para el diletantismo no significa que esa sea su naturaleza, como creen los neoliberales. En muchas universidades las ciencias sociales son, en la medida de lo posible, científicas, confrontables y verificables. Una cosa es criticar la manera como se concibe y se enseña una profesión y otra muy distinta es descalificar la disciplina que la sustenta. De la mala preparación de, digamos, los sicólogos o los sociólogos no se sigue que la sociología o la sicología sean descartables. La respuesta a la “mala-ciencia-social” no es la “no-ciencia-social”, sino la “buena-ciencia-social”, de la misma manera que, por ejemplo, la respuesta a la mala cocina criolla no es eliminar la cocina criolla, sino hacerla bien.

Las humanidades son hoy más importantes que nunca. La solución a los grandes problemas de nuestro tiempo requiere de un sentido, es decir, de una idea de la sociedad que queremos, y tal cosa pasa por el saber humanístico. El calentamiento global, por ejemplo, es un problema económico y científico, pero es ante todo un problema sobre la sociedad que estaríamos dispuestos a construir en el futuro. Un país no es solo cosas materiales, edificios, montañas, bancos, dinero, carros; también es un cierto orden, una manera de ver y de sentir, y los que saben de eso son los científicos sociales.

Los negacionistas de las humanidades se parecen en algo a los negacionistas de la ciencia: están mal informados. Pero eso se cura leyendo.

 

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