Los niños nos quedaron grandes

Ana Cristina Restrepo Jiménez
06 de abril de 2019 - 00:00 a. m.

En 1979, a una maestra de primaria le fue asignada una escuela para “niños difíciles” en el barrio Castilla de Medellín. Entre muchachos pobres, “repitentes”, expulsados de otras instituciones y víctimas de abuso intrafamiliar, conoció a Dandenys, un estudiante de 13 años, “desgarbado, moreno, de dientes separados”. Era uno de los 15 hijos de un policía (y pastor) y una predicadora.

Cuando culminó la primaria, la profesora lo olvidó. Cinco años después, se volvió a cruzar en su camino:

“¿Cómo se le ocurre andar por Castilla abrazada de la Quica?”, le dijo una exalumna.

“¿Quién es la Quica?”.

“Pues Dandenys, ¿usted no sabe que él es la Quica?”, narra Alfonso Buitrago en Universo Centro (mayo de 2014).

Se trataba de Dandenys Muñoz Mosquera, sicario del Cartel de Medellín, y desde ese entonces rumoraban que había participado en el atentado al vuelo HK-1803 de Avianca.

En el barrio Santa Lucía, también en Medellín, un menor de 14 años fue captado por una cámara mientras asesinaba a dos personas. Las autoridades lo capturaron; su imagen se filtró y fue replicada (violación del Código de Infancia y Adolescencia).

La jueza Catalina Piedrahíta, quien ha sido coordinadora del Centro de Servicios Judiciales de los Juzgados Penales para Adolescentes, explicó en Blu Radio que los asesinatos cometidos por este menor antes de cumplir 14 años son inimputables. Por los dos crímenes conocidos recientemente recibirá una sanción pedagógica y máximo ocho años en una correccional: “Es víctima de quien lo instrumentalizó, es victimario de las personas que fallecieron”.

Una psiquiatra infantil le dijo a El Tiempo: “Si el niño es como lo están revelando, no es rehabilitable y debería ser juzgado con todo el rigor de la ley”.

(¿Guerrilleros amnistiados, rebajas de penas a paramilitares… pero un adolescente “no es rehabilitable”?).

Desde los hermanos Grimm, pasando por Juan Jacobo Rousseau, Jean Piaget, coordinadores de correccionales, Unicef, el ICBF, maestros y padres de familia nos hemos desvelado tratando de dilucidar qué es la infancia, cómo hablarle. No es solo cuestión de edad.

El tratamiento judicial de los menores está sometido a dos presiones fundamentales: la idealización cultural de la niñez y el discurso populista de protección a “nuestros” niños, de altísima efectividad electoral. La propuesta de cadena perpetua a violadores de niños de Gilma Jiménez, el triunfo del “No” cimentado en las cartillas de “ideología de género” o las objeciones a la JEP para “evitar la impunidad de violadores de niños” son formas maniqueas del discurso populista basado en el cuidado de la infancia.

Resulta paradójico clamar por cadena perpetua para violadores de niños y simultáneamente exigir “todo el peso de la ley” sobre un menor asesino, como si fueran hechos aislados.

El ICBF seguirá como fortín burocrático, lamentando hechos a posteriori, fiel reflejo de una dirigencia política con una visión idealizada —boba— de la infancia, inocente mezcla entre Peter Pan y Heidi.

No es que no hayan “nacido pa’ semilla”; es que no hemos sabido sembrar. Seguimos sin dar la talla.

 

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