Los toros y nosotros

Hernando Gómez Buendía
01 de septiembre de 2018 - 12:00 p. m.

Los colombianos vivimos empeñados en arreglar los problemas que no son y en el momento que no toca.

Es el caso de la intensa controversia sobre las corridas de toros y otras fiestas basadas en el maltrato animal, que solo les importa a dos pequeñas minorías bulliciosas y que resulta de un problema ético mucho más avanzado que los que debe o puede resolver Colombia.

Esta vez sucedió que ante la inoperancia del Congreso, la Corte Constitucional procedió a remover la espada de Damocles que ella misma había puesto sobre los taurófilos: meterlos a las cárceles. Esta sería la consecuencia lógica del prohibicionismo, pero en Colombia ni siquiera a la Corte se le ocurre que prohibamos de veras los coleos, rejoneos, peleas de gallos, becerradas y corridas que se practican en ciudades y campos.

Que es donde encaja la novedosa y elegante defensa de la fiesta brava y esas otras fiestas, como parte del “patrimonio cultural” de las regiones y pueblos de Colombia. Una defensa novedosa porque la antropología no ha sido exactamente la ciencia favorita de los ganaderos, y elegante porque huele a defensa de algún derecho del pueblo soberano.

La cultura, sin embargo, no es lo que está en los museos, sino una realidad que cambia a medida que cambian los valores. Hay muchas prácticas tradicionales que ya no son aceptables, como el matrimonio arreglado, la mutilación genital o la guerra santa. Y afortunadamente a los jóvenes de ahora les gusta el reguetón, el yoga o el videojuego, pero no el espectáculo bárbaro donde el toro sale muerto o el torero sale muerto.

Y sin embargo los animalistas tampoco brillan por su coherencia. Si tomaran en serio sus propias convicciones serían vegetarianos o harían sus protestas frente a los mataderos y las granjas avícolas, donde día por día se maltratan millones de seres que también son capaces de sentir
sufrimiento.

Este es el problema ético que Colombia todavía no puede confrontar: el mundo lleva siglos discutiendo cuál es el fundamento para decir que alguien tiene un derecho, y lleva también siglos tratando de asegurar el mínimo de derechos para los seres humanos. La ampliación de los derechos al universo no humano es, en el mejor de los casos, una utopía muy lejana.

Así que las minorías taurina y antitaurina no están peleando de veras por el patrimonio cultural o los derechos de los animales, sino por sus propios gustos y sus símbolos de estatus. En una sociedad moderna, esas dos minorías tendrían que tolerarse mutuamente y ambas tienen el derecho de practicar sus creencias, con la sola condición de no hacer daño al resto de la gente.

Pero es lo que siempre digo: entre el país premoderno de los taurófilos y el país posmoderno de los animalistas, Colombia nunca logró ser moderna.

* Director de la revista digital Razón Pública.

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