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Óscar Alarcón
04 de enero de 2011 - 02:59 a. m.
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AHORA NUESTROS PRESIDENTES viajan con mucha frecuencia, no sólo por el país sino también por el exterior.

Casi podría decirse que están más tiempo afuera que en la Casa de Nariño. El presidente Santos se la ha pasado inspeccionando nuestra tragedia invernal y el año nuevo lo cogió en un avión rumbo a Brasil. Antes eso no era corriente.

A Rafael Núñez le encantaba ganar elecciones pero no administrar, por lo que dejaba el gobierno en manos de sus segundos de a bordo, para que gobernaran. En cambio, él se la pasaba en Cartagena porque los radicales en la capital no podían ver ni a doña Soledad ni la cola Román. Miguel Antonio Caro, designado de Núñez, lo más lejos que llegó fue a Sopó, como Marroquín, quien se la pasaba en Palacio haciendo anagramas y poemas ortográficos. El pobre Sanclemente deambulaba entre Anapoima (hoy de moda), Tena y Villeta. Y por eso le dieron golpe de Estado. Miguel Abadía Méndez se iba los fines de semana a la Unión, que queda hoy muy cerca de Bogotá, en Choachí (Cundinamarca), en el páramo de El Verjón.

El primer presidente viajero fue el general Reyes, quien en uno de esas salidas llegó a Santa Marta y cuando lo esperaban para la recepción de bienvenida, tomó las de Villadiego, en el  barco “Manistí”, que lo condujo al exilio en Europa, dejando el gobierno en manos de Jorge Holguín. A Pedro Nel Ospina también le gustaba viajar y en uno de esos, cuando fue a Medellín, a la celebración del cincuentenario de la fundación de esas salidas el designado Miguel Arroyo Díez le quiso dar golpe de Estado, sin éxito, mientras el presidente estaba en la fiesta, comiendo fríjoles y tomando aguardiente.

Ahora no sólo viajan los presidentes, sino también lo hacen los ex funcionarios y ex contratistas en uso de mal retiro. Le hacen “conejo” a la Fiscalía, se van de Copa —porque algunos terminan en Panamá— con la esperanza de que allá los contraten, para cantar…

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