¿Maestros o docentes?

Cartas de los lectores
15 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.

¿Maestros o docentes?

Aplicando un reduccionismo lógico, un maestro puede ser docente, pero un docente no siempre es un maestro. A los dos se les llama genéricamente profesor, así ambos se dediquen a la enseñanza.

Buscando la definición de maestro y docente se observa que estos dos términos, en principio, pueden ser sinónimos, pero tienen una delgada característica que los une y otra que los separa. La RAE destaca que maestro es aquella “persona que enseña un arte, una ciencia, o un oficio, especialmente la que imparte el primer ciclo de enseñanza, o tiene título para hacerlo”; “Persona muy diestra o con profundos conocimientos en alguna materia”; “Persona que ha adquirido una gran sabiduría o experiencia en una materia”. Mientras que docente es aquella persona “que se dedica profesionalmente a la enseñanza”.

La cuestión que los une recae en un solo término: la enseñanza. Aunque su uso sea indiferente y no exige formalidad alguna a la hora de referirse tanto a uno como al otro, la costumbre se refiere indistintamente a ellos como profesor, educador, instructor, maestro o docente, siendo todos lo mismo. Aparentemente.

Hay dos palabras que separan a un maestro de un docente: al primero le interesa que un estudiante “aprehenda” el conocimiento y lo asimile a todo lo que ocurre a su alrededor, generando sólidas facultades de discernimiento; al segundo, su fin último y permanente es que el estudiante “aprenda” lo que se le dicta y, como si fuera un parlanchín, asimismo aplica lo que se le enseña sin comprender y conectar la realidad según el contexto que se le presente; en últimas, es un sujeto adiestrado que no realiza un verdadero proceso intelectual.

A un maestro se le otorga una cualidad más acentuada, un valor agregado. A un docente se refiere simplemente como al cumplimiento de “enseñar”, como una práctica, no más. Mientras que al maestro le asigna no sólo un estatus en la práctica, sino que además se refiere a aquellos que tienen título profesional específicamente para hacerlo. Esto significaría que tienen atributos más técnicos, profundos y especializados para “impartir el arte y ciencia de hacerse entender”; en otros términos, un auténtico pedagogo. Cuestión que no es nada fácil.

Un primer día de un verdadero pedagogo se enmarcaría en hacer un sondeo sobre la motricidad, las capacidades y la autoestima de cada uno de sus alumnos. Porque hay que ver hasta dónde puede llegar el aula de clase. La enseñanza no debe verse taxativamente en su propio concepto, entendida como aquel deber de transmitir algo. Debe verse y aplicarse con respecto al contexto y la situación específica que la rodea.

No se trata simplemente de llegar a un salón y pararse frente al tablero, de empezar a hablar y escribir, hacer dictados, decir algo, etc. ¡Es más que eso!

Pararse frente al tablero tiene su ciencia: es estar en una postura adecuada y erguida, de tal manera que mientras se escribe, el receptor de la información pueda ver cómo se hace; es saber que el tablero tiene un uso específico, y que dependiendo su tamaño se divide en cuartillas; al igual, que se empieza a usar desde la parte superior, de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo, cuartilla por cuartilla. Hablar y escribir también tiene su ciencia: hablar es vocalizar y modular la voz en el tono adecuado de acuerdo al tamaño del aula y al contexto en que se quiera transmitir lo que se enseña; escribir, en términos de enseñanza, es saber que los palitos de las letras se escriben de arriba hacia abajo, las bolitas en dirección opuesta a las manecillas del reloj, y bien redondas; de la misma manera que, se debe escribir con firmeza y en forma horizontal en el tablero, manteniendo una misma línea.

Lo anterior, no sólo para estudiantes de primer grado, esto debe ser inmanente, como mínimo, en toda la educación primaria y secundaria. Escuchó bien: “como mínimo”, lo que no excluye a la enseñanza universitaria. Y todo lo que hará el maestro se verá simétricamente reflejado en el cuaderno y el aprendizaje del estudiante. Un día, mientras le preguntaba a un pedagogo para qué servía todo eso, como si se tratara de algo sagradísimo, exaltado, me dijo: “El tablero al maestro es lo que el cuaderno al estudiante. Pero lo que escriban los estudiantes en el cuaderno será el fiel reflejo del maestro”. Y tiene razón.

Para enseñar, sencillamente se necesita transmitir algo a alguien. Para educar se necesita reputarse educado, para que el receptor, tanto aprenda como aprehenda lo que se transmite. En el sistema educativo colombiano no hay barreras para que alguien enseñe porque cualquiera puede enseñar. Pero, si no se tienen conocimientos cualificados en pedagogía, ¿cómo se puede impartir enseñanza correctamente? Imaginemos a un profesional en ingeniería, derecho, sociología, psicología, medicina, mercadeo, economía, etc., enseñando en aulas de primaria, básica primaria, secundaria y educación media. ¿Realmente puede hacerse entender? O mejor, ¿se queda sólo en impartir, sin percatarse si ha sido entendido?

Ahora vayamos más al extremo. Imaginemos que las profesiones anteriormente nombradas estén enseñando en aulas de primer grado. ¿Puede un profesional de estos “impartir el arte y ciencia de hacerse entender” y que los receptores del aula aprendan y aprehendan el conocimiento? ¿Tiene idea alguien de esas profesiones de lo que significa para un niño de cuatro, cinco o seis años ver que alguno de sus “maestros” no habla con el tono adecuado o no escribe los palitos de las letras de arriba hacia abajo, las bolitas en dirección opuesta a las manecillas del reloj y redondas como debe ser? ¿Creen ustedes que alguien se ha fijado en esas aparentes pequeñeces? ¿Se le pasó por la mente qué calidad de profesores tiene la educación universitaria? No se impresionen si así están enseñando en las aulas del país, siendo profesionales que no pasan de ser docentes. Y les aseguro que es una realidad. ¡Y los hay por montones!

¿Radicará en esos detalles y en el inicio de la enseñanza otro de los problemas de la calidad educativa? Porque si un niño con un aprendizaje así pasa todo su bachillerato y se le da por estudiar para ser maestro —es decir, una licenciatura— e ingresa a la universidad —y no precisamente con el mejor de los promedios—, ¿cuál será la calidad de conocimientos que transmita cuando ejerza su profesión? ¡Eso en caso de que decida estudiar para ser maestro! Y si es cualquier otra persona con profesión distinta a la de impartir la pedagogía, ¿qué se puede esperar del sistema y la calidad educativa? ¿Maestro o docente será un problema de calidad educativa?

Espero equivocarme. Porque si no es así, necesitamos menos fábricas de docentes y más laboratorios de maestros.

Adendas:

- Hay que recordar que a finales del gobierno Pastrana y comienzos del gobierno Uribe usaron y llenaron las bacantes del sistema educativo no con maestros sino con otros profesionales, y eso les sirvió para bajar las cifras de desempleo, pero empeoró la calidad en la educación. ¡Claro! Sin demeritar a esas personas, sino al maquiavélico uso que los gobiernos hicieron manipulando el sistema educativo.

- Dice mucho el silencio del Ministerio de Educación y las facultades de ciencias de la educación de las universidades del país. Se han tardado en promover un debate profundo y serio sobre la calidad y carrera docente. Parece que lo único que les importa es inflar las cuentas en los bancos con cada pago semestral, mientras se lavan las manos en ese asunto, cuando tiene mucho que ver. Porque si en algo está mal la calidad, no depende solamente de la enseñanza y el nivel que se ve reflejado en las aulas de clase en los grados de bachillerato. También se trata de la forma con la que seleccionan a los futuros docentes y del nivel académico que estos reciben; que es con el que finalmente se gradúan para salir a ejercer la profesión de maestros, de verdaderos pedagogos.

Alonso Rodríguez Pachón.

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