Marxista por partida doble

Ricardo Bada
04 de mayo de 2018 - 02:00 a. m.

Debo empezar confesando que soy marxista desde que era muy niño, desde que empecé a ver, en los programas dobles de los cines de verano (hoy los llamarían “open air”), en mi ciudad de Huelva, los filmes del que ahora califico como “canon de los hermanos Marx”: Monkey Business (que en España se tituló cándidamente Pistoleros de agua dulce), Horse Feathers, Duck Soap, A Night at the Opera, A Day at the Races, At the Circus, Go West, A Night in Casablanca…, todos los vi entre mis siete u ocho y los quince años, y todos más de una vez. Aun hoy siguen siendo una de las mejores medicinas contra la depresión.

Puede entenderse como una broma, pero no lo es. El marxismo derivado de las películas de los hermanos Marx es una forma disparatada, pero legítima, del anarquismo en estado puro. Nada ilustra mejor los problemas de la superpoblación mundial que la escena del camarote en Una noche en la ópera.

Una vez aclarado esto, debo continuar confesando que también soy marxista en el sentido de que me convence la argumentación materialista histórica de Karl Marx y Friedrich Engels, tanto como repudio la proliferación de marxismos creados ex profeso para defender la posesión del poder: la gama abarca desde el leninismo, que se pretendía el más ortodoxo de todos, hasta el modelo que se intenta imponer en Venezuela, y a su vez no es más que una metástasis del que se le impuso a Cuba.

Pienso que este asunto lo tengo muy en claro y que la ocasión del bicentenario del nacimiento de Marx (* 5.5.1818) es una que ni pintiparada para volver a barajar las cartas: la obra de Marx poco o nada tiene que ver con sus presuntas aplicaciones a la praxis política. Tengo por seguro que tanto Marx como Engels habrían denegado su apoyo a farsas del tamaño del “socialismo real” en la Europa del Este o la “revolución cultural” en la China de Mao, para sólo poner ejemplos de alto copete negativo, no pequeñeces como el castrismo.

En cambio estoy seguro de que mirarían alegres por el hermoso sentimiento del deber cumplido, la huella que sus ideas han dejado en el pensamiento contemporáneo, rastreable en la obra de filósofos de la talla de Lukács, Gramsci, Kolakowski, Sartre y la mismísima Escuela de Fráncfort, con Adorno a la cabeza. Mientras el espectro que antaño recorría Europa en el Manifiesto Comunista, hoy recorre el mundo entero.

Hay una frase de Brecht que me encanta porque implica a un ilustre tocayo mío: “Marx es un Ricardo que ha extraído las consecuencias correctas. Nada más”. Sólo que séame permitida una pregunta: ¿quién conoce hoy la obra del gran David Ricardo (1772–1823)?

 

 

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