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Más rencor que grandeza

Felipe Restrepo Pombo
19 de junio de 2010 - 02:39 a. m.

SE QUEJA AMARGAMENTE JOSÉ OBdulio Gaviria, en su columna en El Tiempo del 8 de junio, de que: "Se han vertido en columnas de prensa cantidades inagotables de injurias contra Uribe, Santos e, incluso, contra este modesto servidor".

En el artículo, titulado -sin pudor alguno- "Grandeza versus rencor", el señor Gaviria se declara asombrado de la agresividad de quienes no están de acuerdo con sus ideas políticas y, en cambio, resalta la sabiduría y tranquilidad de quienes piensan como él. No es la primera vez que lo hace: el 13 de abril, en "Reincidir en la falacia", ya se había declarado perseguido por algunos contradictores. Ese día escribió: "Del simple desagrado, ciertos ‘opinadores' pasaron a decirse escandalizados por mi presencia en la palestra y luego comenzaron a perseguirme con sevicia. ¿Qué no han intentado contra mí? Pocos colombianos de bien hemos tenido que soportar, estoicamente, tan duro ataque y en gavilla".

Lo curioso, me parece, es que en realidad es él quien inicia ciertas persecuciones. Por ejemplo, en "Balada imprecatoria contra los listos", columna del 1 de junio, se apropió de un poema de Álvaro Mutis para lanzar las más horrendas acusaciones en contra de los seguidores de Antanas Mockus: llegó -en un golpe bajo sin precedentes- a acusar al candidato verde de ser pederasta. Antes, en "La oligarca rebelde", del 11 de mayo, culpó a todos los intelectuales que han criticado al gobierno de Uribe de ser "mamertos de estrato seis" que apoyan a la guerrilla. De más está advertir sobre el peligro de este tipo de estigmatizaciones, tan comunes en los escritos del asesor presidencial.

Pero no quiero profundizar acá sobre las ideas de José Obdulio Gaviria. Lo cito porque sus artículos me parecen un ejemplo perfecto del tono que marcó la pasada campaña presidencial. Como él, muchos otros -sin importar su bando- se encargaron de convertir la discusión política en un campo de batalla, en el que la violencia y agresividad tuvieron pocos límites.

La campaña comenzó con la promesa de ser estimulante, con buenas ideas y varios candidatos sólidos. Aunque fue una ilusión breve: poco a poco, el debate se fue diluyendo en medio de una marea ríspida de acusaciones y rumores. Los temas fundamentales pasaron a un segundo plano, opacados por asuntos banales: de repente se volvió de vital importancia saber si Mockus es ateo, si los hijos de Santos habían montado en un helicóptero del ejercito o si J. J. Rendón tenía visa para trabajar en nuestro país. Algunos candidatos, como Rafael Pardo -para mi gusto el mejor-, no lograron escaparse de esa trampa y sus aspiraciones se perdieron en un triste olvido. Los insultos iban y venían y la calidad del debate se fue al piso. Estamos, parece ser, condenados a la lógica del drama.

Sería ingenuo pensar en una campaña política sin ataques. Pero, por un momento, creí que Colombia estaba lista para un proceso en el que el chisme no fuera el factor determinante. Ahora veo que no fue así y que desperdiciamos otra oportunidad. Recuerdo que hace unos meses me llamó un colega venezolano. Estaba sorprendido por lo que ocurría en las elecciones de Colombia y me quería felicitar. "Ojalá que en Venezuela ocurriera lo mismo y tuviéramos una campaña de ese nivel", me dijo, y yo me sentí orgulloso. Hace pocos días me volvió a llamar. Esta vez preferí no responder el teléfono.

Twitter: @felres

 

 

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