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Masacres y feminicidio

Viviana Quintero Márquez
02 de noviembre de 2008 - 11:37 p. m.

HACE DOS SEMANAS FUI INVITADA a participar en un conversatorio sobre el feminicidio en Ciudad de Guatemala. Allí se debatieron los casos de El Salvador, México, Guatemala y Colombia. Me queda la sensación de que nos falta explorar el feminicidio como elemento analítico y explicativo de la violencia.

El rasgo principal del feminicidio es asesinar mujeres por el hecho de ser mujeres, es decir, son crímenes que se centran en conservar y reproducir relaciones de poder de género. También es un sistema de comunicación y cohesión para el grupo que lo realiza, no implica motivaciones personales que vinculen al perpetrador con la víctima, y tiende a exhibir altos grados de sevicia sobre el cuerpo femenino. En países centroamericanos como Guatemala, una de cada 5 víctimas mortales es mujer, proporción que obligó al Estado a decretar una ley contra el feminicidio. En Colombia, una de cada 11 víctimas mortales es mujer, relación que quizá ha mitigado el debate.

El 18 y el 19 de febrero de 2000, miembros de las Accu asesinaron a 46 campesinos en El Salado, corregimiento de El Carmen de Bolívar. Allí murieron 9 mujeres que según testigos fueron torturadas sexualmente. Algunas fuentes indicaron que varias fueron calificadas como auxiliadoras de la guerrilla. El 17 de noviembre de 2002, paramilitares ejecutaron a cinco mujeres jóvenes en la comuna 13 de Medellín, según fuentes “eran novias o amigas de milicianos”. En la madrugada del 12 de febrero de 2003 aparecieron asesinadas cuatro trabajadoras sexuales frente a la Torre del Reloj de la ciudad de Cartagena.

En la primera masacre ocurre la mayor cantidad de asesinatos y tortura sexual contra mujeres de la historia reciente de Colombia, pero de la misma forma mueren hombres en una dinámica de “limpieza” política del grupo que incursiona. La segunda y tercera masacres se realizan únicamente contra mujeres, pero en contextos bélicos donde éstas riñen con órdenes sociales deseados por los armados: noviazgos con milicianos y prostitución. En este sentido, ninguna de las masacres sería concluyente en relación con feminicidio, pero las tres radicalizan una pregunta: ¿Qué estamos matando cuando matamos q una mujer? ¿Cómo, con qué? ¿Vemos una líder comunitaria, una maestra, una prostituta, o vemos primero a una mujer de la que se predica todo lo demás y cuya falta es estar en un lugar inadecuado?

Hablar en clave de feminicidio implicaría más detalle: caracterizar las marcas, los elementos usados, los rituales utilizados y los mensajes dejados en los cadáveres de las víctimas, así como profundizar en los contextos bélicos en los que ésta sucedió. También revisar el papel de éstas mujeres en la comunidad, pues los artículos periodísticos tienden a poner un manto de sospecha sobre rasgos de las víctimas (auxiliadoras, novias, meretrices) y ocultan la dimensión “cohesión y hermandad” en los armados que además se autodenominan machos, rambos, sayayines. De la misma forma, hablar de feminicidio implicará preguntar no sólo a los perpetradores sino también al Estado y las estructuras judiciales por sus acciones, tolerancias y omisiones. Y sobre todo, precisar el modus operandi en cada tipo particular de crimen y elaborar tipologías de las diversas modalidades de estos asesinatos.

vivi.quinterom@gmail.com

 

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