Mi cuerpo y mi destino

Beatriz Vanegas Athías
02 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.

Laura Alejandra Ramírez López es una joven de diecinueve años, que no tiene, ni piensa tener hijos; es estudiante de Derecho en la Universidad Industrial de Santander. Su madre  se la encargó, junto con su hermana de diez años, a sus familiares, mientras ella se instalaba en Europa y mandaba por las hijas. Hasta aquí, nada peculiar en esta historia que es la de miles de colombianos a las que este inhumano país no ofrece sino desamparos e inequidades.

Desde que Laura tiene memoria ha escuchado a los miembros de su familia y a sus compañeras de bachillerato desear hijos y esposo como una meta esencial para tener una vida plena. Creció en medio del elogio al famoso instinto maternal, pero sintió que a ella no le brotaba, no le surgía, pese a que se siente un poco mamá de su hermana.

Un día, en compañía de su novio, un chico como pocos a esa edad, decidió construir lo que ella llama mi propia revolución. Consultó en Internet y supo que Profamilia ofrecía los servicios de esterilización, porque su decisión iba más allá de una simple planificación, era un asunto de libertad y de demostrarse a sí misma que en estos tiempos en los que arrecia el irrespeto al cuerpo de la mujer, ella, como muchas, pueden decidir que no será una máquina reproductora.

Tuvo que vencer muchas preocupaciones y presiones. Las menos pensadas. Como la del grupo de católicos y cristianos apostado en guardia permanente a la entrada de Profamilia, instando a las mujeres que entraban a Programas de planificación o de Esterilización que “en nombre de Dios, no lo hiciera” , “que cada hijo trae su pan bajo el brazo”.

Pero la decisión estaba tomada. Era su propio acto de libertad. Era su aporte –aunque diminuto- al control de la natalidad. Era escoger entre la arraigada tradición que lleva a las mujeres a postergar sus sueños, y la posibilidad de tener otro tipo de problemas que no involucraran a alguien que no había pedido nacer.

El día de la cirugía, que tiene un costo de trescientos sesenta mil pesos, la acompañó su novio. Él ha estado con ella en el posoperatorio, la ha cuidado en la convalecencia y su amor sigue intacto, porque al parecer es un amor lleno de respeto. La madre en la distancia, la respalda e incluso agradeció a Laura Alejandra cumplir el sueño que ella no se atrevió a realizar.

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