Mi voto es por Claudia

Sergio Ocampo Madrid
26 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

Hace muchos años que voto sin entusiasmo para las elecciones presidenciales y para las de la Alcaldía de Bogotá. La última vez que creo haberlo hecho con convicción fue por Mockus en 2010, cuando Santos le dio (nos dio) una tremenda paliza al triplicarlo en el conteo final.

Luego me vi arrinconado a votar por Santos, por su proceso de paz y porque para entonces ya tenía toda la certeza de que Álvaro Uribe era lo peor que le había ocurrido a este país. Hace un año tuve que votar por Petro pues, además de esa certeza reconfirmada, el candidato uribista me parecía un muñeco de ventrílocuo.

Ahora, por primera vez en una década voy a poder sufragar con ganas e inclusive con un margen para la ilusión. Voy a votar por Claudia López para la Alcaldía y, sobre todo, voy a respaldar el proyecto político de los verdes. Y tengo cinco motivos:

El primero es que es una mujer y el mundo político sigue en deuda con ellas, y ellas con el mundo político. Tengo una convicción de hace muchos años y es que la política es en buena medida una realidad nauseabunda, maligna, en casi todas partes porque fue construida a lo largo del tiempo solo con la perspectiva y la dialéctica de los varones.

Dejo constancia de que no creo en una pretendida superioridad moral femenina ni tampoco en que ellas sean mejores manejando plata o más juiciosas y disciplinadas, o menos violentas. Esos prejuicios positivos terminan haciendo mucho daño también, así como los clichés de la maternidad sacralizada, de considerar que llevan la sensibilidad y la intuición en la epidermis, o el misterio del poder engendrador, o la magia de que sus ciclos los rija la luna. Pero sí creo que siglos de sentirse pospuestas otorgan, quizás, una mayor conciencia sobre lo eternamente pospuesto, lo diferido, que en nuestras sociedades siempre termina aplazado ante el apremio de resolver lo urgente. Más estrógenos en la política pueden ayudar a corregir una historia escrita solo desde la testosterona.

Algo similar pasa con la condición sexual de Claudia, que es el segundo motivo para votar por ella. Así como las preferencias sexuales de nadie nunca debieron significar un rechazo, una expectativa previa desfavorable sobre desempeños, tampoco creo que se constituyan per se en un argumento a favor o en un plus para nadie. Pero sí creo que una alcaldesa lesbiana en una cultura como esta sí va a romper esquemas, desbaratar falsas preconcepciones de siempre y dinamitar discursos perversos de la religión y del conservadurismo. Y movilizar procesos de cambio en las percepciones, en las convicciones, en los respetos. Tener una lesbiana gobernando la ciudad sería todo un avance de inclusión, de lucha contra los prejuicios y apertura mental, en una sociedad con millones de excluidos por raza, credo, orientación sexual o estructuras de clase.

Justo esto último es el tercer motivo para votar por Claudia. Una de las cosas que más me agobian de este país es constatar día a día cómo todo, inclusive la inteligencia, está designado desde antes de nacer, pero no por la genética sino por la heráldica. Ese sentido de la sucesión, que en otros tiempos y otras latitudes se originó en el espíritu medieval de heredar los oficios, en Colombia es un aberrante delfinazgo que le asegura a unas minorías, por la simple lógica del apellido, acceder a todos los privilegios y garantías, sin la menor noción de esfuerzo o de mérito. Es una de las fuentes de mayor exclusión, y de malestar y resentimiento.

Todavía recuerdo las imágenes de ella y Fajardo el año pasado cuando lanzaron su candidatura presidencial en el Minuto de Dios, en la casa materna de Claudia. El Minuto de Dios es un barrio de origen obrero que aun hoy es una comuna de clase media baja. Ella estudió en escuela pública, consiguió cupo en el Externado, con crédito en el Icetex, y siempre llegó a clases en la buseta que la traía de Ciudad Bolívar, barrio Nueva Candelaria, donde residían los López Hernández. Es una mujer de origen proletario que llegó a estudiar en Columbia una maestría y hace un par de meses se doctoró en Northwestern (y con títulos de verdad).

Podría, pero nunca ha apelado al discurso de su origen como algo que se deba explotar. Qué bien que desista del libreto de los populismos, y qué bien además que ahora esté en contienda justo con un Galán y un Turbay, dos delfines.

El cuarto motivo es que la única opción política de los últimos años con la que me siento conforme, aun con sus tibios y pálidos, es con los verdes. Siento que me representan como clase media, como profesional, como hombre liberal y progresista, convencido de que el mayor enemigo, de lejos, es la corrupción y peor si viene en ejemplos diarios desde la cabeza. Son un equipo sin ningún caudillo y eso hace pensar en plataformas e institucionalidad y no en salvadores.

Por último, Claudia me gusta por ella. Porque la intuyo vertical en sus posiciones éticas, en contraste con el transaccionalismo cómodo de los Gavirias, Pastranas y Santos, o la cínica y frentera corrupción de los Uribes. Ella no puede callar porque el momento exige dejar el silencio. La mejor demostración de que no oculta nada ni tiene guardados es que, hasta hoy, sus críticos se han enfocado en señalar que es lesbiana (lo cual es verdad), que levanta la voz y pelea (también) y que es comunista (mentira rampante). Seguro vendrán otras guerras sucias en estos dos meses.

 

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