Mientras haya coca, no habrá paz

Mauricio Botero Caicedo
29 de julio de 2018 - 04:45 a. m.

El título de esta columna es una frase de Rafael Pardo Rueda, ministro del Posconflicto, que reseña una verdad incontrovertible: mientras que en Colombia haya entre 209 y 300.000 hectáreas de coca, no existe posibilidad alguna de que haya paz. Es más, minimizar el vertiginoso crecimiento de los cultivos de coca me parece un craso error. En reciente escrito, Luis Noé Ochoa, columnista de El Tiempo, afirmaba: “Y, claro, no podía ser perfecto. Crecieron los cultivos de coca. Pero 68.000 familias cocaleras se han acogido al plan de sustitución de cultivo. Y Washington se comprometió a mantener el programa de ayuda por los próximos cinco años”. Con el debido respeto a don Luis Noé, ser los responsables de 68,5 % de los cultivos de coca y el habernos convertido nuevamente en el mayor exportador de coca del mundo es de una gravedad extrema. Lo de las 68.000 familias es irrelevante, a medida que haya otras 68.000 familias que estén retomando el negocio, y el compromiso de ayuda de Washington es tan condicionado como aleatorio. Acabar con el narcotráfico es algo que nos tomará entre uno y dos lustros, y una proporción gigantesca del presupuesto nacional se va a tener que destinar a alcanzar esta meta.

El segundo problema de fondo es la falta de transparencia, aquí y en el exterior, del Gobierno. El decir que se logró acabar con 50 años de guerra, más que una exageración, es un error. Este Gobierno logró, y eso hay que reconocerlo, un acuerdo con parte (y solo parte) de uno de los actores (y solo uno) del conflicto. El que se entregaran 8.000 guerrilleros que a su vez depusieron 7.000 armas (no todas modernas) es en sí un logro importante. Y el que se haya iniciado una intensa tarea de desminado es igualmente significativo. Lo que es algo más discutible es atribuirse como prueba reina de que la paz reina en Colombia la baja sustancial en el número de heridos en el Hospital Militar. Parte de la baja en los heridos se debió a que, en muchas instancias, a las Fuerzas Armadas se les condicionaba la entrada en combate. Cicerón, que amaba la paz, en una de sus sentencias advirtió: “Si queremos gozar la paz, debemos velar bien las armas; si deponemos las armas no tendremos jamás paz. Nada más necio que el gobernante que crea que hay un ejército y unas armas para la paz, y otro ejército y otras armas para la guerra. La eterna vigilancia es el precio de la paz”.

Pretender minimizar el mensaje de fondo del reciente artículo de la revista Semana sobre la posible refundación de las Farc no es el camino. Para los servicios de inteligencia extranjeros, “hay cerca de 29 estructuras de disidentes de las Farc con más de 4.000 hombres armados presentes en 18 departamentos y 120 municipios”. Si a estos 4.000 bandoleros se les suman los 4.000 a 5.000 terroristas del Eln y los 2.000 a 3.000 miembros de otras bandas armadas, vamos a terminar con más bandoleros armados hoy que cuando Santos recibió el poder en el 2010. Lejos estamos de haber acabado con 50 años de guerra; y decir que somos un país en paz, más que una sospechosa distorsión de la verdad, suena a pueril anhelo.

Apostilla: “Hemos llegado a una situación escandalosamente paradójica en la que nuestro sistema de justicia parece estarse pasando al bando de los criminales”. Álvaro Gómez Hurtado

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