Monoteísmo

José Fernando Isaza
27 de septiembre de 2018 - 05:00 a. m.

Se afirma que las tres religiones abrahámicas: judía, cristiana y musulmana, son monoteístas, reconocen un solo Dios. En el Antiguo Testamento discurre un Dios que va transformándose de Dios creador en Dios de los ejércitos.

Las otras religiones mesopotámicas son dualistas: hay un Dios del bien y otro, con casi igual poder, Dios del mal. En la Biblia, de tanto en tanto aparece el “espíritu del mal”.

En el libro de Job, el maligno habla de igual a igual con el Dios de Israel y se ponen de acuerdo en una macabra apuesta para comprobar qué tanto resistiría las torturas un inocente siervo de Judea. Este sádico juego, entre el espíritu del bien y el del mal, produce muerte y sufrimiento en Job y su familia. En el Nuevo Testamento, el maligno dialoga con el mesías para proponerle que este lo reconozca como el verdadero Dios. No se presenta como un ser derrotado. Los textos bíblicos dan una mayor prominencia al Dios creador, el bien, que al espíritu maligno. Religiones como el zoroastrismo muestran el poder del bien y del mal en permanente lucha.

El cristianismo en sus primeros tiempos fue monoteísta. Se aceptaba un único Dios, el de Abraham, la figura de Jesucristo era la de un profeta, de mayor jerarquía que Moisés o Abraham, un enviado de Dios a quien llamaban el “hijo de Dios”, y él mismo proclamaba tener este título. El Antiguo Testamento denomina a todos los humanos “hijos de Dios”. No puede concluirse de esta denominación la divinidad del mesías.

Un tímido intento de pasar del monoteísmo al politeísmo se produce cuando san Pablo habla en el Areópago de Atenas y dice que el Dios que lo envía es el que aparece en un ara con la inscripción “Al Dios desconocido” y lo pone junto a los otros dioses griegos, afirmando que este es de mayor rango jerárquico, pero no desconoce la divinidad de los otros dioses cuyas estatuas adornaban el Areópago. Hacia el siglo IV el cristianismo fue modificando su doctrina monoteísta y la transformó claramente en una politeísta, en la cual hay al menos tres dioses, diferentes y de distintos grados jerárquicos.

El Dios padre engendra a un hijo, donde hay subordinación de este a aquel. Pero se requiere otro Dios, tal vez para diferenciarse de las religiones dualistas, y se crea uno nuevo: el Espíritu Santo, de rango menor que los anteriores, cuyo principal papel es servir de mensajero de las órdenes del Dios padre y del Dios hijo y transmitir a los fieles la sabiduría del eterno y de su hijo.

Las explicaciones teológicas de la Santísima Trinidad (“tres personas distintas y un solo Dios verdadero”) buscan amalgamar dos conceptos contradictorios: el monoteísmo y el politeísmo. Puede preguntarse ¿por qué la Iglesia recurrió a semejante galimatías, abandonando el monoteísmo?

En el año 313, Constantino el Grande, mediante el Edicto de Milán, proclamó la aceptación en el Imperio romano del cristianismo, religión a la cual se convirtió poco antes de morir. La religión romana estaba llena de dioses: los propios y los griegos, por lo cual la aceptación de una religión monoteísta no sería fácil en el imperio. El monoteísmo tiende a acabar con todas las otras divinidades, pero no ocurre lo mismo con el politeísmo. Así el cristianismo fue abandonando el concepto del Dios único y acogiendo la multiplicidad de las divinidades, para ser más fácilmente aceptado como la futura religión oficial del Imperio romano.

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