Moralina

Sostiene la vicepresidenta, en tono de galletica de la suerte, que todo en la vida es cuestión de excesos. No sabe uno si habla la segunda al mando de un país que pretende ser un líder de la región, la política todavía en campaña, la rectora del colegio, la mamá o la amiga dicharachera. Como sea, Ramírez no tuvo reparo en retomar su metáfora de los vasos de agua para justificar el uso del glifosato.

Que el que se tome 100 vasos de agua también se enferma, dijo, y de inmediato arrancaron las merecidas burlas y reclamos. Con todo y lo absurdo de la ocurrencia, que además carece por completo de empatía hacia las comunidades cuyos predios pretenden fumigar, la postura de la vicepresidenta es sintomática de algo grave. Hablando de excesos, no estamos ante un error anecdótico.

Cuando se sopesan las demás declaraciones de la vicepresidenta en el tema de los cultivos de coca y se las compara con las de otros funcionarios, queda claro que el Gobierno no está interesado en implementar una política seria basada en información verificable. Pese a que el gobernador de Nariño ha hecho tantos esfuerzos por explicar que las fumigaciones no han dado resultados en su departamento, la vicepresidenta insiste.

De lo que se trata es de arrasar al precio que sea con la cocaína, prácticamente sin reparar en la hoja de coca. Por supuesto que el Gobierno no ve un problema de salud pública en el tema de las adicciones, pero tampoco reconoce el problema social que suponen los cultivadores de coca.

Para Ramírez, el presidente Duque y sus ministros más impresentables (como el de Defensa, que ya salió a amenazar con que el glifosato vuelve porque vuelve) todo se reduce al narcotráfico. Los colonos que cultivan son guerrilleros narcotraficantes. Y los narcotraficantes que habitan el campo, corrompidos todos, están convirtiendo en adictos a nuestros jóvenes.

Sobre esa moralina pretenden hacer política pública.