Mujeres

Beatriz Vanegas Athías
07 de marzo de 2017 - 03:00 a. m.

Se trata de un libro que configura un mundo en el que la esencia es la mujer. Su autor, Eduardo Galeano. Una preciosa edición color morado de Siglo XXI Editores. Doscientas treinta y ocho páginas plenas de esas breves historias que uno no sabe si son poemas en prosa, breves artículos de opinión, fragmentos de archivos de la historia no oficial ni clerical, anécdotas que alcanzan el nivel de un cuento corto o contundentes relatos en los que es posible confirmar ―una vez más― que la poesía no siempre está escrita en verso.

Libro este para leer acompañada de un amigo, de un novio, del padre, del hijo, del primo, del amante, del esposo. Leer como quien reza todos los días un texto para encontrar las claves del dolor humano que nace del sufrimiento infligido a las mujeres durante la historia del ser humano en la Tierra. De vaina estamos vivas, me dice una amiga sobreviviente.

Galeano, siempre Galeano, nos cuenta sobre el valor, la entereza, la dignidad, el humor, la sabiduría de tantas mujeres que cayeron a manos de quienes castigan en ellas lo que en los hombres aplauden. Nos cuenta sobre las que se resistieron a aceptar que la castidad es un deber femenino, y el deseo y la razón, un privilegio masculino.

Nos cuenta el escritor uruguayo sobre las putas dignas de la Patagonia: Consuelo García, Ángela Fortunato, Amalia Rodríguez, María Juliache y Maud Foster, que negaron sus cuerpos a los soldados que masacraron a los peones campesinos de la huelga de 1922. Ahí está rescatado el coraje de la “enfermera más famosa del mundo”, Florence Nightingale, que dedicó su vida a la defensa de los habitantes de la India, subyugados eternamente por los ingleses: “Nos dicen que el campesino pobre tiene la justicia inglesa para defenderse. No es así. Ningún hombre tiene lo que no puede usar”.

Es posible también conocer a Calpurnia, quien, ante el sueño premonitorio en la mañana del año 44 antes de Cristo, advirtió de la tragedia a Julio César: prepotente y autosuficiente que no dio crédito a las compulsiones de su sabia mujer y caminó sonreído hacia el Senado de Roma, a morir en su ley. Es pertinente leer Mujeres de Eduardo Galeano, ahora que una característica de la posmodernidad es el resurgimiento del temor a la mujer y por eso crece, esa sí, compulsivamente, la urgencia de invisibilizarnos literal y metafóricamente.

En este libro que es uno y son miles, Galeano nos recuerda que la fundación de la novela moderna se debe justamente a dos mujeres: Murashaki Shikibu, con Historia de Genji y Sei Shónagon que, en palabras de Galeano, “compartió con Murashaki el raro honor de ser elogiada un milenio después” por su Libro de la almohada, un delicioso puzzle de relatos breves, apuntes, noticias, poemas, en una clara y anticipada ruptura con los géneros literarios. Es un buen plan para mañana que pararemos todas las mujeres, sentarnos con nuestros hombres a leer este libro. Enterarnos del feminicidio de la poeta Delmira Agustini. De cómo fue llevada a la guillotina Olympia de Gouges por la muy admirada Revolución Francesa de la que se dice somos hijos los colombianos, justamente porque ella en 1793 se atrevió a decir que las mujeres somos ciudadanas. O Sophie Scholl, guillotinada por distribuir panfletos contra la guerra y contra Hitler y quien se dirigió así ante su verdugo en la hora final:

“―Qué pena ―dijo Sophie―.  Un día tan lindo, con este sol, y yo me tengo que ir”.

 

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