Ni economía naranja ni economía aguacate

Luis Carlos Reyes
08 de noviembre de 2018 - 05:00 a. m.

La ley de financiamiento que propuso el Gobierno incluye cinco años de exención del impuesto de renta a las nuevas empresas en el área de lo que llama “economía naranja”. ¿Qué es eso?

Hace cinco años, un par de funcionarios del BID se inventaron el término para hablar de la vieja idea de que las ideas son importantes para el desarrollo económico. Cabe resaltar que, hasta la fecha, la frase “economía naranja” aparece exactamente cero veces en Econlit, la base de datos que recopila más de un siglo de publicaciones académicas sobre economía. Tampoco aparece “orange economy”.

Pero no importa: esta mentefactura  (para usar otro término que tampoco aparece en Econlit), plasmada en un colorido libro, ha sido tremendamente exitosa en su cometido de familiarizar al público con la idea –por lo demás correcta– de que la creatividad y la cultura tienen un papel importante en la economía. Al fin y al cabo, la mejoría en la calidad de vida que hemos visto desde la Revolución industrial habría sido imposible sin miles de nuevas ideas sobre cómo aprovechar mejor los recursos que tenemos. Sólo así ha sido viable que el planeta alimente a diez veces más personas que hace unos siglos, y que tengamos locomotoras, automóviles, videos de Katy Perry en YouTube, iPhones y Rappi.

¿Y qué? ¿Cuáles son las implicaciones prácticas que nos deja esta apreciación? Una, probablemente cierta –pero con todo y eso debatible–, es que es importante proteger la propiedad intelectual.

¿Y qué más? La respuesta instintiva de nuestros gobiernos es que si un sector de la economía es importante el Estado tiene que apoyarlo de alguna manera. En la práctica, ese apoyo termina siendo subsidios y oficinas especiales para su promoción, como en el caso de la Ley Naranja promovida por el entonces senador Iván Duque, o beneficios tributarios, como en la ley de financiamiento. Los subsidios y los puestos –las rentas del Estado– se otorgan diligentemente a los visionarios conectados con la iniciativa.

Este tipo de política no es exclusivo de un partido u otro. En un universo paralelo, Colombia seguramente estaría viendo el florecimiento de la Economía Aguacate, con sus respectivos subsidios y comités asesores y oficinas de promoción de la agroindustria.

Lo que quiero recalcar no es que este Gobierno esté escogiendo bien o mal cuáles son las industrias ganadoras, sino que así no es como funciona el crecimiento económico.

Con contadas excepciones, los mercados pueden determinar mejor que los planeadores centrales cómo asignar talento y materias primas a las industrias más prometedoras. Por el contrario, los subsidios gubernamentales crean en torno suyo clientelismo y grupos de interés que hacen políticamente imposible retirar el apoyo estatal (que, recordemos, proviene de los impuestos que paga el contribuyente), incluso cuando el experimento falla y lo mejor es acabarlo.

Lo que sí es indispensable para que crezca la economía es que los empresarios de todos los sectores puedan operar sin trabas regulatorias innecesarias; que los mercados financieros sean competitivos en general, no subsidiados para unas pocas industrias elegidas por el Gobierno; que las empresas puedan financiarse recurriendo no sólo a los bancos nacionales, sino accediendo con facilidad a los internacionales, a la bolsa, al mercado de bonos y al crowdfunding; que las reglas tributarias sean sencillas y, además, estables; que se castigue fuertemente la cartelización; y que las reglas de juego apliquen a todos por igual, sin excepciones para los que estén bien conectados.

Es cierto que algunos países se desarrollaron con políticas industriales que favorecían a tal o cual sector; pero esas políticas no se parecían a las nuestras, y, en todo caso, muchos otros se desarrollaron sin ellas. Lo que tuvieron en común los casos de éxito fueron mercados eficientes con reglas claras. Colombia está aún lejos de encontrarse en ese escenario, vital para el crecimiento económico. Haría bien el Gobierno en concentrarse en crear instituciones y mercados que funcionen adecuadamente, en vez de preocuparse por determinar de qué color es la economía.

* Ph.D., profesor del Departamento de Economía y director del Observatorio Fiscal, Universidad Javeriana.

Twitter: @luiscrh

 

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