Nirvana

Ignacio Zuleta Ll.
25 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Cuando llegué a la ladera de la montaña mágica llevaba dos morrales: uno el de la muda y otro fardo con las fatigas citadinas del transporte, la polución electromagnética y las ansiedades enfermizas de la mente saturada de redes y noticias. Pero con cada paso del ascenso el zurrón de los tóxicos perdía peso, se esfumaba el cansancio, los pensamientos se ordenaban sin atropellarse y tintineaba en el viento la armonía.

Arribé al refugio de madera de Jaime y Margarita y ya en mis hombros pesaba solamente el yugo llevadero de mi ropa y enseres. El aire de Nirvana había diluido mis preocupaciones —siempre inútiles— y me había regalado vigor y claridad sin pedir nada a cambio. Reflexioné sobre la alquimia misteriosa de esta fuerza y pensé en el concepto de prana, lo sentí: en sánscrito el prana significa el principio vital, la energía omnipresente de la vida. Y en esta reserva natural privada el prana abunda, vibra, producido por la vegetación del bosque, el agua en las quebradas que corren por la sombra de los cominos crespos —reforestados uno a uno, cuando ya estaban casi extintos— y por tantas, tantas plantas, que algunas no se han dejado aún apropiar y nombrar de los botánicos. Son 90 hectáreas retornadas como ofrenda a esta naturaleza andina de riqueza incalculable que ahora nos renueva la vida de las células y nos devuelve, como un chamán potente, nada menos que el alma.

Es difícil comprender cómo podemos sobrevivir en las ciudades. Hemos cercenado el nexo con las fuerzas, hemos roto los ciclos, nos hemos traicionado como especie animal parte de un todo y en el camino traicionamos a la misma Madre. Sin embargo, hay humanos que conservan el impulso originario a la Unidad y este es el caso en la Reserva Natural Nirvana.

Cerca de Palmira, en donde el Valle es loma, en una montaña que fue en el siglo XX una finca cafetera arrasada por el hacha y la torpeza de las leyes, la familia Botero reversó el proceso. Hace 30 años, cuando la crisis del café se sintió en la zona, estos originarios colonos antioqueños descubrieron cómo esa tierra sabia se reforestaba de manera visible y espontánea y se repoblaba de especies animales. Los más jóvenes se entusiasmaron con la idea de conservar y con el reto de demostrarse que podrían vivir literalmente de ese bosque en un modelo de desarrollo sostenible: recuperaron el comino crespo, cultivaron el agua, organizaron un vivero de heliconias y anturios, hospedaron mariposas, promovieron el avistamiento de las 150 especies de aves de la zona, sembraron trucha, “organizaron” a las abejas en panales, utilizaron las raíces del comino para hacer objetos respetando el espíritu del árbol... Los “dueños” convirtieron los yermos cafetales en un centro de educación ambiental y turismo ecológico que a centenares de urbanitas, en instintiva búsqueda de oasis, les permite recuperar el vigor, la claridad y el alma. En un país en donde el Estado es ineficiente, corrupto, imaginario, la creación de Reservas Naturales de la Sociedad Civil es una solución excelente y necesaria. Nirvana —más allá de los ciclos y los karmas— es un ejemplo de inteligencia natural emocionante.

http://www.reservanaturalnirvana.com/

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