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No se puede

Armando Montenegro
22 de febrero de 2008 - 12:33 a. m.

Uno de los aspectos más llamativos de los discursos de Barack Obama son las letanías que las multitudes repiten en coro después de cada uno de sus planteamientos: “Yes, we can”. Todo les parece posible a los millones de jóvenes que lo están llevando, voto a voto, hacia la candidatura demócrata.

En contraste, en las discusiones de política económica en Colombia, como respuesta a las propuestas de utilizar los distintos instrumentos (las tasas de interés, el gasto público, los impuestos, encajes, entre otros), la letanía parece ser, terca e invariable: no se puede.

Ante la recomendación del FMI y de un sinnúmero de analistas de que se reduzca el déficit fiscal, como precaución, para proteger al país de eventuales problemas externos, se arguye que hay gastos impostergables, que están comprometidos, que hay que hacer muchos otros, que no hay manera de tocar los impuestos, en fin, que no se puede.

Ante la necesidad de reducir los aranceles de los alimentos, que impulsan la inflación, un puñado de agricultores ha recibido la garantía de que va a seguir gozando de la altísima protección tarifaria que le brinda el Estado. No se puede.

Si la economía sufriera una desaceleración, las autoridades deberían tener la posibilidad de bajar las tasas de interés, es decir, ejecutar una política monetaria anticíclica. Pero como la inflación y el déficit fiscal están en aumento y el manejo de los aranceles contribuye al alza de precios, muchos directores del Banco de la República, presionados por resultados adversos, con buenas razones quieren subir las tasas; otros recomiendan dejarlas quietas. De esa discusión, surge una respuesta: no se puede.

Para combatir los serios problemas de la revaluación se deberían reducir los gastos del Estado y recortar el endeudamiento público; estimular las importaciones de bienes y servicios y producir una baja de las tasas de interés. Pero como no se puede hacer nada con el déficit y los aranceles (ambos están subiendo), y como no se puede hacer nada con la tasa de interés, hay que repetir la letanía: no se puede.

La reanimación de la Bolsa y de la inversión de portafolio, en caso de que se profundizara la crisis externa, requeriría que se eliminaran las trabas y encajes a los flujos externos. Pero como la revaluación se mantiene firme y las tasas de interés son altas frente a las de otros países, no hay más remedio que decir, otra vez, no se puede.

La lista es más larga y podría extenderse indefinidamente. Vale la pena, más bien, preguntarse el porqué de esta situación de inflexibilidad. Una de las hipótesis es que se ha parcelado el manejo de los instrumentos de política: el creciente gasto responde a una lógica política y sectorial; las rebajas de impuestos, a relaciones empresariales de privilegio; los altos aranceles, a requerimientos específicos de algunos sectores favorecidos. Y, en conjunto, los instrumentos se han repartido entre varios ministerios y centros de poder. Cada cual defiende el suyo para satisfacer una clientela específica (el único que ve el panorama completo, con visión global, es el Banco de la República, pero sólo maneja un instrumento: la tasa de interés). Falta una dirección de conjunto, por encima de los pequeños feudos e intereses.

Como la economía trae un gran dinamismo, esta situación todavía no causa trastornos serios. Pero si se requiriera actuar con prontitud, modificando en forma decidida las variables macroeconómicas, resultaría imposible. La inflexibilidad lo impediría. Para superarla, habría que volver a poner todos los instrumentos bajo una sola dirección, con un norte conceptual bien definido. Habría que destruir los enclaves de privilegio y los pequeños reinos y adoptar un plan de acción coherente. De lo contrario, tendremos que seguir repitiendo: no se puede.

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