Nos tocó aprender historia

Eduardo Barajas Sandoval
19 de mayo de 2020 - 05:00 a. m.

No solamente debemos saber que siempre hubo pandemias y tragedias universales; que hubo temores de fin de mundo y crisis de esperanza en el porvenir. También debemos saber que, por duros que hayan sido los golpes, el solo hecho de que la vida haya llegado hasta las alturas de nuestro tiempo, demuestra que todo fue pasajero.

Si tuviéramos “Consejos de Ancianos” como los han tenido civilizaciones más avanzadas, nos habrían dado la buena nueva de que este encierro obligado no será para siempre. Que por dura que sea esta prueba, que afecta el ánimo y el estómago, de ella es posible obtener enseñanzas, si queremos sobrevivir y cumplir nuestra obligación con el futuro.

También nos habrían recomendado volver la mirada a la maestra que es la historia. Entender que vivimos inmersos en ella y debemos aprovechar sus lecciones. Tomar notas en la página en blanco de esta experiencia inédita que nos recuerda cómo, ante la fuerza de la naturaleza, todos somos iguales.

La dureza de los encierros forzados, o las crueldades de la guerra, los han tenido que soportar, hasta ahora, solo algunos. La pandemia, que no respeta prejuicios que forman parte de nuestros males crónicos, nos obliga a entender que de vez en cuando a todos nos toca perder un poco. Realidad difícil de aceptar para quienes creen que pierden cuando no ganan tanto como esperaban. 

Si atendiéramos las lecciones de la historia, nos quedaría más fácil comprender que, bajo circunstancias excepcionales, no se puede obrar como si nada hubiera pasado, ni esperar que de un momento a otro el mundo vuelva a ser como en los mejores momentos de antes. Sin olvidar sus dolencias, evidentes y ocultas, que no han desaparecido.

Que resulta inocuo agregar las cuentas de la pandemia a las de los males de muchas décadas, para cobrárselas de una vez al gobierno de turno. Que no se pueden esperar soluciones mágicas de parte de magos que no existen y que, por ahora, para evitar que se hunda el barco, tenemos que remar en una misma dirección.

Que los peores momentos hacen que brote todo lo bueno y todo lo maléfico de la condición humana, y que hay que aprovechar lo primero y contener lo segundo. Que los bienes intangibles existen y son valores que, acumulados, permiten resistir los embates del destino.

Que no se puede negar la presencia de la economía en medio de las agitaciones, y que los canales del comercio siguen siendo venas del mundo. Pero que no hay que dejar todo eso en manos de quienes no pueden evitar que se cumplan designios ya conocidos, que terminan por perjudicar a los más en favor de los menos.

Que los gobiernos no lo pueden todo, ni lo representan todo, ni tienen fondos sin fondo. Que los gobernantes se van y ahí quedamos con la obligación de seguir adelante, ojalá sin reiterar la enajenación del poder ciudadano en favor de salvadores providenciales, encantadores de masas, inmediatistas, iletrados, aventureros o inexpertos.

Que siempre ha habido visiones dominantes en la interpretación del mundo, que pueden resultar tan dañinas como la peor enfermedad colectiva, cuando inducen al fanatismo, cuyos efectos se agravan cuando va acompañado de la convicción de estar en lo cierto, sin detenerse en dolores propios ni ajenos.

Que la información puede ser letal cuando se adereza con explosiones de adjetivos e insulta la inteligencia y hasta la mediana ilustración de sus destinatarios. Y que, en defensa de la salud mental, es mejor evitar el impacto de sartales de malas nuevas, pregonadas con sutil fondo musical y en alarde de un castellano esdrújulo que poco a poco nos despoja del orgullo que una vez tuvimos de hablarlo mejor que otros.

Que las discusiones sobre cosas inútiles y la apelación al argumento manido de que nada es suficiente, debilitan a las sociedades. Como les pasó a los bizantinos, dedicados a discutir la sexualidad de los ángeles, mientras los otomanos armaban ahí afuera el cañón más grande de la historia para abrir un hueco en la muralla y entrar a destruirlo todo.

Que la democracia no se ha acabado de construir, ni de destruir. Que siempre está en crisis, pero es preferible preservarla. O mejor defender sus fundamentos, así la frontera que los delimita se reubique a toda hora al impulso de nuevas aspiraciones y nuevas oportunidades.

Nos tocó atender las lecciones de la historia. Comprender y agradecer el trabajo de los historiadores. Saber que su interés por el pasado les permite descubrir lo esencial del alma humana, explicarnos el destino de los pueblos, con gobiernos y virus y todo, y presentarla como en un espejo en el que la humanidad entera se puede mirar con ocasión de cada giro del planeta.

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