Nuestro estúpido afán de mentirnos

Fernando Araújo Vélez
05 de agosto de 2018 - 12:00 a. m.

A usted:

Debo admitirle con absoluta honestidad que le he mentido y le miento, y que también me miento a mí mismo, y desde mis mentiras no hago más que mentir. Me miento cuando digo que escribir le da sentido a la vida, porque luego me pregunto por qué o para qué y concluyo que unas cuantas cuartillas no tienen mucho sentido, como no tiene mucho sentido nada. Pero igual, escribo. Igual, me convenzo de que la vida adquiere otro sentido si voy por ella en estado de escribir, y afirmo y reafirmo mis teorías cuando recuerdo que fue el escribir lo que salvó a tantos, y que fue el escribir lo que los llevó a creer que la vida tenía un sentido, y que era ese. Vivieron para escribir, y eso ya es mucho. Vivieron para contar su historia, y eso ya es más que mucho. Todas las grandes revoluciones y los grandes cambios se iniciaron con una frase: tres, cuatro o cinco palabras unidas en una línea. Y si no fue así, no importa demasiado. Yo escribo que fue así, y queda plasmado que fue así, y multiplico mi mentira por los años de los años. Es mi mentira contra las miles de mentiras de otros. Quedará la más creíble.

No he hecho más que mentir y mentirme para no soportar la realidad, y he vivido inmerso en un reguero de mentiras creado, precisamente, por quienes no podían soportar esa realidad, o por quienes se lucraron de esa realidad. Del hastío, y a veces del odio y la venganza, surgieron la música, la literatura, el cine, el teatro, la pintura y la escultura, aunque algunos hayan dicho que fue del amor y por amor, porque siempre es lindo mentirnos por amor, otro de nuestros grandes pretextos para vivir, quizás el más importante y, por lo mismo, el más falaz. Miento y me mienten, y hasta el vestirme es una forma de mentira, porque he terminado por llevar unos trapos encima para disfrazarme de algo, no para cubrir mi marcada piel. Miento y me mienten y voy por la vida usando máscaras según el día, el interlocutor, el trabajo y el fin, y si para eludir tanta mentira me siento en un parque muy a solas para darle rienda suelta a mi manía de descomponer palabras, descubro que “máscaras” se compone de “más” y de “caras”, de más caras, todas las caras menos la mía.

He mentido y me he mentido, quizá para soportar las mentiras de otros, pero tengo claro que mis mentiras son conmigo mismo, con mi esencia, con mi ser o no ser. En cambio, las de los otros son mentiras con engaño para sacar provecho material del engaño, para multiplicar sus millones y su poder, para controlarlo todo. Mienten en forma de estudio y presentan sus estudios para justificar sus leyes y decretos, y terminan prohibiéndolo todo para no admitir que en algo fallaron, porque detrás de cada prohibición hay un error en la educación, en la motivación o en la justicia. Prohíben. Prohíben cada vez más. Prohíben las protestas, los piropos, el cigarrillo, la euforia, las reuniones, los artículos en los periódicos que se acerquen a una crítica, las críticas, los besos públicos y hasta la pública euforia, en aras del orden y de la li-ber-tad, y luego prohíben que se les llame represores. Nosotros, en nuestro estúpido afán de creer, que es como decir en nuestro estúpido afán de mentirnos, obedecemos y seguimos obedeciendo.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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