¿Nunca expira la culpa?

Héctor Abad Faciolince
31 de marzo de 2019 - 05:00 a. m.

Quinientos años después de la invasión, Andrés Manuel López Obrador le escribe al rey de España (y al papa de Roma) para que le pidan perdón a México por las atrocidades cometidas durante la conquista contra “los pueblos originarios”. Tanto en España como en Latinoamérica quienes exigen que Felipe VI y Francisco pidan perdón están situados en el extremo izquierdo del espectro político: Unidas Pueden en España, Morena en México, Maduro en Venezuela, etc. Del Vaticano mandan decir que tanto Juan Pablo II como Francisco ya han pedido perdón y que volverlo a hacer sería como llover sobre mojado.

Pero ¿por qué le dio ahora a AMLO por salir con esta? ¿Qué es lo que pretende con esta exigencia de contrición cinco siglos después de la llegada de Hernán Cortés? La grandilocuencia y la indignación internacional suelen ser gestos de política interna: Andrés Manuel escribe a Madrid y a Roma para que lo escuchen en Yucatán y en Veracruz. Y cuando los políticos del PP y de Vox (la extrema derecha española) responden indignados y con el pundonor nacionalista herido, también sus gestos rimbombantes y exagerados son para el consumo local, sobre todo en vísperas de elecciones. Puro nacionalismo oportunista y emocional de parte y parte.

Una vez despejada la pura emotividad política, conviene mirar los hechos. Vistos desde la doctrina de los derechos humanos (desarrollada a partir de la Ilustración), sin duda lo que se conoce como descubrimiento y conquista fue un acto de imposición violenta que produjo uno de los más atroces genocidios de la historia. Este fue, en parte, deliberado, y en parte involuntario, fruto de las enfermedades contagiosas traídas desde el viejo mundo y para las cuales las poblaciones nativas (dado su aislamiento milenario) no tenían defensas ni anticuerpos. Los invasores, en todo caso, no se enfrentaron siempre a culturas pacíficas que vivían en armonía con la naturaleza, construyendo pirámides y mirando las estrellas.

Los testimonios de cronistas, y de los mismos indígenas, dan fe de que había en América imperios violentos que también usaban la guerra, la invasión y la rapiña de los pueblos vecinos. Y cuanto más guerreros fueran los pueblos a los que se enfrentaron los invasores, más violenta fue la lucha y más salvajes las represalias tomadas por los españoles con sus aliados indígenas locales. En un ambiente de luchas internas era más fácil reclutar guerreros autóctonos para deponer los imperios más opresores y poderosos. Cortés no lo hizo todo con caballos, perros y arcabuces, sino también con las flechas y hachas de otros pueblos originarios. Basta mirar muchas piezas de arte precolombino para saber también que no todos los pueblos originarios eran ingenuos y pacíficos.

Parte de la estrategia de los españoles fue usar también el arma de la seducción. Martín Cortés Malitzin fue el hijo de Cortés con su intérprete, Malitzin o Malinche, quizás uno de los primeros mestizos de América. Los descendientes de esa invasión somos, en buena parte, los frutos de esa unión voluntaria o violenta. Somos, en palabras de Rimbaud, “el puñal y la herida”.

Es difícil que el rey Borbón pida disculpas. Para empezar en tiempos de Cortés gobernaban los Austrias (familia Habsburgo), no los Borbones. Además muchas veces los reyes, clérigos y dignatarios, desde la lejana distancia de la metrópoli, defendieron con mucha más convicción los derechos de los indígenas que los criollos, los mestizos o los nativos españoles trasplantados al mismo territorio de ultramar. Puestos a pedir perdón por las salvajadas de los antepasados, quizá haya tantos descendientes de estos en la península como en las viejas colonias.

Además, ¿no habrá un momento en que las culpas, propias y extrañas, caduquen? ¿Hay que seguir acusando a romanos y judíos de la muerte de Cristo? Es bueno que haya memoria histórica, pero una memoria demasiado larga nos hunde en una psicología de rencor y de resentimiento. Mucho mejor mirar el presente y el futuro.

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