”Máquinas de guerra” es la figura retórica con la que el ministro de Defensa, Diego Molano, denomina a los menores reclutados por la guerrilla para justificar la muerte de los que, el 2 de marzo en Calamar Guaviare, se hallaban en el campamento bombardeado por el Ejército en operativo contra las tropas fortalecidas de alias Gentil Duarte.
La denominación “Máquinas de guerra” promulga dos connotaciones perversas, una subliminal cual es la deshumanización de los finados mencionándolos como objetos y no como sujetos, la otra es el embuste figurado que acusa gran peligrosidad para que no se consideren víctimas a los muchachos dados de baja.
Supe que el hoy extraditado paramilitar Hernán Giraldo le llamaba “Los Trapos” a los menores que reclutaba para su Bloque Tayrona, a los que usaba como señuelos uniformados para que el Ejército, atacándolos, delatara su ubicación, también en los combates ponía “los Trapos” al frente como escudos humanos o como carne de cañón.
El reclutamiento de menores ha sido táctica histórica de todas las guerras, con alevosía en los ejércitos por fuera de la ley, porque les es fácil reclutarlos por la fuerza, porque les sirven de rehenes para someter poblaciones, porque los instrumentalizan en función de sus delitos, porque son soldados esclavos, porque en situaciones desventajosas les sirven de escudos humanos y particularmente las muchachas son objetos sexuales para saciar lascivias. La verdad es que a los reclutas menores de 18 años se les aprovecha su osadía, su impetuosidad propia de la juventud, no la experticia de combatiente, son soldados desechables como sicarios urbanos o para poner al frente de la batalla como kamikazes inconscientes.
Por supuesto, se dan guerreros espontáneos en pueblos con tradición guerrerista como en la antigua Esparta, como en tantos pueblos colombianos en incesante violencia, siempre hubo y habrá guerreros
prematuros como el legendario Aquiles y aquí el también legendario Manuel Marulanda quien a los 17 años ya lo apodaban “Tiro fijo”.
Los adolescentes, los jóvenes, impelidos a luchar por causas ajenas, el instinto de conservación los hace irascibles, aún así tan vulnerables a las contingencias bélicas y criminales como las inermes poblaciones civiles propensas a ser víctimas de la guerra. Ante lo cual, es responsabilidad ineludible de los Estados prevenir el reclutamiento de menores, asegurar la supervivencia de los que han sido obligados a combatir y comprometerse con su rescate.
El Consejo de DDHH de la ONU recomienda a los gobiernos de países con conflicto armado, que para evitar el reclutamiento forzado de menores, desarrolle acciones interdisciplinares de todas las instancias comprometidas con los derechos constitucionales de la infancia y la juventud, y que se exija en toda operación militar priorizar el rescate con vida de menores de edad forzados a combatir en las tropas contrincantes.
En Colombia, informa la ONG Ideas para la Paz, que el reclutamiento forzado de menores se da intensamente en 104 municipios de 21 departamentos donde se registran factores de violencia generalizada, cultivos ilícitos, minería ilegal, rutas y corredores de narcotráfico y contrabando. Bandoleros expertos en reclutar menores, organizan fiestas clandestinas, amenazan familias, hacen batidas repentinas en corrillos juveniles, persuaden con engañifas o raptan muchachos desprevenidos.
Toda la comunidad civil colombiana debe sensibilizase sobre la fatalidad desgraciada que sufren los menores cooptados para la guerra, porque la participación consciente de la ciudadanía contribuye en la prevención y la denuncia de la criminal práctica. En cambio, denominar “Máquinas de guerra” a los menores reclutados por la fuerza, es una criminalización dolosa de víctimas impotentes que abona indolencia en la opinión pública. Es un excusa perversa del irresponsable proceder del Ejército.
Los muchachos y muchachas combatientes forzados no son objetos de guerra, son seres humanos caídos en desgracia por culpa del abandono y el desamparo de un Estado indiferente a la realidad de sus regiones.
AL MARGEN
La alcaldesa Claudia López, ahora que las encuestas muestran la baja aceptación e impopularidad de su gestión, para congraciarse con la ciudadanía recalca el imaginario popular que culpa de la inseguridad actual a la presencia en las calles de migrantes venezolanos.
Al divulgar con énfasis la captura de delincuentes de nacionalidad venezolana, por inercia está abonando la xenofobia latente en la ciudadanía.
Buen ejemplo el de España, donde la alcaldía de Madrid, ciudad que también ha recibido muchos venezolanos, optó por no mencionar la nacionalidad de los delincuentes capturados, con lo cual frenó la discriminación a los extranjeros, en cuyos diversos modos de vida el delito no es lo mayoritario, en cambio son muchos los profesionales y talentosos que resuelven su condición de desplazados valiéndose honestamente de su idoneidad, lo cual siempre ha sido un invaluable aporte al desarrollo de las ciudades.