Oficio

Ana Cristina Restrepo Jiménez
01 de junio de 2019 - 06:15 a. m.

Según la creencia popular, todos podemos fungir como técnicos de la selección Colombia de fútbol o como presidentes de la República. He escuchado a irrefutables expertos pontificar sobre qué debió haber hecho Belisario Betancur durante la toma del Palacio de Justicia o cómo José Néstor Pékerman podría haber logrado que Colombia le ganara a Inglaterra “sin necesidad de penaltis” en el Mundial 2018. Ni dudan ni se sonrojan.

Pero cuando se trata de dárselas de periodistas, el juego incrementa la popularidad, da “vidas extra”.

Son dos los factores esenciales (entre muchos) que contribuyen a que estos oficios o cargos sean tan vulnerables a la crítica: el papel preponderante que la intuición tiene en su oficio y el alcance de la difusión de sus errores. En el caso del periodismo (que no depende de elección popular ni le da las mayores alegrías al país, como el fútbol), la intuición no opera como una facultad adivinatoria, está vinculada directamente con la experiencia y la habilidad para escuchar al otro. En cuanto al yerro: los errores del periodista rara vez se restringen a lo privado; cuando nos equivocamos, lo hacemos en la mitad de la plaza.

La publicación (en un medio internacional) y el encubrimiento (en un medio nacional) de las cuestionadas directrices del Ejército y sus consecuencias posteriores tomaron dos caminos: rodear a Daniel Coronell —algo justo y necesario— y calificar al resto del periodismo colombiano como “cobarde”, “echado”, “distraído” o “vendido”.

Y sí, hay periodistas colombianos cobardes, echados, distraídos y vendidos, pero el periodismo colombiano no es así.

El símbolo detrás de la cancelación del contrato de Coronell es la punta del iceberg: no es extraño que próximamente salgan de Semana otras grandes firmas puesto que el alcance de sus nuevos propietarios va más allá de “engavetar investigaciones”. El menú ofrece “renegociaciones” absurdas de salarios y un ambiente de tensión interna que entorpece la labor de los reporteros. A los que insisten en convertir el periodismo en negocio les cuesta entender que en una industria periodística la credibilidad precede a la rentabilidad.

Mientras muchos escupen al periodismo nacional, los reporteros de provincia están expuestos a la dependencia de la pauta oficial y la persecución de paramilitares, guerrilleros y politiqueros. Mientras los influencers le dan “lecciones” al periodismo nacional a punta de likes, los testigos del juicio contra Santiago Uribe Vélez llegan a las audiencias con amnesia o los declaran locos, y la leishmaniasis hace de las suyas en Sabanalarga. Mientras defendemos libertades, están tras las fuentes de Nick Casey.

En esta coyuntura, escudriñar en las fuentes de The New York Times es el atentado más grave contra la libertad de prensa porque no busca anular a Casey —ni al medio—, sino a la historia desde sus bases. Acceder a las fuentes y ganar su confianza, protegerlas, es uno de los trabajos más complejos del periodismo.

Pueden surgir nuevas plataformas y formas creativas, pero el Oficio —su procedimiento y espíritu— es uno. No importa el formato: hay que defender al periodismo.

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