¡Ojo, se vinieron los Millenials!

Sergio Ocampo Madrid
21 de agosto de 2017 - 02:00 a. m.

Hace tres semanas el portal Vice publicó un informe sobre el supuesto acoso laboral en el diario La República, por cuenta de su director, Fernando Quijano. El informe incluía once testimonios, todos anónimos; todos de ex empleados; todos sin pistas de tiempos ni circunstancias, y varios de ellos como versiones que se escucharon alguna vez, episodios de terceros, y cosas oídas por ahí sobre el mal temperamento de Quijano y anécdotas de su eventual maltrato.

Yo no quiero recabar en la mala leche que mostró Vice con este caso ni la gran lección de ligereza y periodismo barato al construir un kilométrico informe sin un solo rostro, sin verificaciones ni investigación mínima. Tampoco creo que sea necesario hacer una defensa de Fernando Quijano, uno de los mejores periodistas que conozco, más responsables y creativos, y con un proyecto muy claro y ético sobre cómo se debe ejercer el oficio de informar y cuál debe ser el perfil de un buen reportero. Uno que informe, pero además construya sociedad.

De alguna manera, el director de ese diario es víctima de su propio invento, en el sentido de haberle apostado a trabajar solo con jóvenes, con hombres y mujeres menores de 30 años. Quijano es el jefe de un equipo de Millenials, y con todo este episodio quedan reflejadas algunas claves sobre lo que piensa, siente y resiente esa generación, y sobre lo que nos espera cuando en menos de diez años empiecen a asumir las posiciones de poder.

Son varias las preocupaciones que tengo sobre esta gente y que me volvieron a rondar luego de leer el artículo de Vice. Los chicos de La República se sentían maltratados pues un jefe los reprendía, quizá con voz elevada, quizá con actitud fuerte, cuando se cometía un error; una “chiviada”, por ejemplo. En uno de los testimonios se afirma que en esos casos el Director llegaba furioso y les tiraba el diario sobre el teclado del computador “y obviamente le cascaba a uno las manos”.

En esa imagen tan mínima veo el boceto más o menos acabado de una generación que no conoció el menor castigo físico en sus primeros años, lo cual (no me malentiendan) significó una gran evolución al liberar a los niños de la dictadura y brutalidad paterna, pero hoy me pregunto si tal vez exageramos al extremo esa condición de intocables y estos nuevos adultos crecieron muy frágiles o perdieron el sentido de la proporción. Entonces, el peso de un diario se volvió equivalente al de un directorio telefónico (de los de antes).

Se ha comenzado a estudiar el fenómeno de por qué estos Millenials parecen estructuralmente inestables; de por qué pasan de un trabajo a otro en cuestión de meses. De entrada, eso me sugiere unos espíritus libres, exigentes e inconformes; sin embargo, la realidad es menos halagadora y tiene que ver con una muy baja tolerancia a la frustración y pocas habilidades para enfrentar el fracaso.

Este es un tiempo en el cual nadie pierde el año porque se considera atentatorio contra la psicología del estudiante; una época en la que todo lo que haga un niño merece el aplauso unánime y en la que el sistema familiar y el educativo se organizaron para disminuirles los impactos, bajar las exigencias, relativizar los errores y horizontalizar la autoridad y las decisiones. El producto final de ese modelo, visto hoy, parecen ser más personas con dificultades para entender el concepto de esfuerzo, menos exigentes consigo mismas, más permisivas con sus propios errores, y poco dispuestas a aceptar una autoridad que no sea suave y escasamente impositiva. Una que no confronte. Así, en el ciclo de evolución, al papá/mamá-amigo(a), al profesor-amigo debe continuar el jefe-amigo.

Al narcicismo connatural de los Millenials por esa convicción de ser cada uno el centro del universo, se debe añadir un desprecio también connatural al bagaje, a la experiencia y en general a la acumulación de conocimiento; al conocimiento puro, o sea a aquel sin valor práctico, inmediato y cuantificable; ese que simplemente ensancha el horizonte mental y cultural, y ayuda a tomar conciencia sobre su momento histórico, y a configurar identidades y vinculaciones con su espacio propio. Cuando se tiene a un simple clic el compendio de quince mil años de civilización, para qué sirve saber cosas que siempre estarán disponibles de inmediato en la red. Hoy, google y wikipedia están reemplazando la función de la memoria y hasta de varias sinapsis neuronales.

Además de la provisionalidad en las obligaciones, relaciones, afectos, planes, proyectos (esa identidad líquida de la que hablaba Bauman), yo veo una generación con dificultades grandes no solo para asumir el valor de la paciencia, sino inclusive para desear, pues desde niños la satisfacción del placer fue inmediata, expedita, no necesariamente condicionada a esfuerzos, méritos ni plazos. Y hoy tampoco se requieren procesos ni esperas pues hasta para conseguir satisfacción sexual existen las aplicaciones, las famosas apps, como Tinder, que ahorran los plazos y los ritos de la seducción, reducen compromisos y amortiguan, entre los vericuetos de la cibernética, el impacto de un posible fracaso en el viejo arte de “levantar”.

En fin, esto me suscitó el episodio del artículo de Vice sobre unos chicos indefensos perseguidos por un supuesto jefe ogro. Y cómo, gracias a las redes sociales, los portales y la web, lo pusieron en la picota pública y le hicieron el escarnio que para ellos se merece. Eso sí, sin dar la cara. Es que desde niños siempre tuvieron quien diera la cara por ellos.

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