Opciones naranjas

Francisco Gutiérrez Sanín
12 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.

Estupenda resultó la movilización en defensa de la universidad pública. Asistencia masiva, ausencia de disturbios —que se hubieran podido convertir fácilmente en el punto focal del evento—, capacidad de borrar o al menos difuminar diferentes líneas fronterizas —por ejemplo, entre instituciones públicas y privadas—, liderazgos preparados y claros con capacidad de interactuar de manera inteligente con los medios de comunicación: todas estas características marcan de manera muy positiva la jornada del miércoles pasado.

Ahora la pregunta es qué sigue. En realidad, Duque está frente a una oportunidad de esas que se presentan a un gobernante muy rara vez en la vida. Pues esta crisis, aunque tiene raíces largas y profundas, fue llegando a su punto máximo durante los mandatos de Santos, que combinaron dos características: malos ministros de Educación y una política cuyo efecto objetivo (ignoro su intencionalidad) fue minar y desestabilizar la universidad pública. Y fue la ministra de Duque quien expuso que Ser Pilo Paga podría tener méritos, pero que no podía ser la opción masiva de educación superior para los sectores populares (claro, lo dijo en términos harto más diplomáticos). Duque podría en este momento construir una política pública que hablara tanto a las fuerzas que se opusieron sistemáticamente a Santos como a las que están exigiendo más compromiso con la universidad pública alrededor de una apuesta seria de país. ¿No que el objetivo de la “economía naranja” es construir una “sociedad del conocimiento”?

Podría optar, sí, por una segunda línea de comportamiento, que es la que ha mantenido hasta ahora: decir que entiende la situación, y a la vez no cambiar en esencia nada. Creo que las premisas de ese proceder están fundadas sobre un supuesto erróneo: que uno quiere que el presidente de la República lo comprenda. Pero esa es la personalización de una relación pública característica de una sociedad con muy poco Estado. Yo quisiera que mi pareja, o mis hijos, o mis padres, o mi siquiatra y amigos, o mi dentista (el lector puede extender la lista en la dirección que quiera) me entiendan. La función del presidente no es la de un confidente ni la de un especialista en salud mental: es la de un gobernante y la de un ejecutor. Y, francamente, no creo que ninguno de los actores involucrados se deje ganar por esta línea “naranja”, consistente en combinar cálidas palabras de ánimo con mantener la educación superior pública en la última de las prioridades.

Y eso me lleva a la tercera opción: la línea dura basada en silenciar la protesta. Mejor dicho: cero naranjada. Muy bien que Duque no la haya puesto sobre la mesa. Pero con el partido de gobierno siempre está ahí. “Tiene 30 segundos para terminar, niña”. Hace unos días, Mafe Cabal se entusiasmó con la elección de Bolsonaro, el candidato brasileño de extrema derecha que ha desarrollado un discurso racista, antimujer y abiertamente homicida. ¿Cuántas de las mujeres y de los afros que votaron por Cabal (me refiero a los que lo hicieron gratis) estarán conscientes de su admiración por un tipo que dice que son inferiores? Claro, si todo se puede o debe resolver a bala, entonces la educación no es ni una necesidad ni una prioridad. Más bien denle el dinero a Santos Francisco para que compre un par de juguetitos e invada a Venezuela (no: no para que tome un curso de refuerzo en Open English, lo que sería más barato, humano y razonable, pero no una prioridad desde este punto de vista). Con cada uno de tales juguetes se podrían educar miles de colombianos.

Sumando peras y manzanas (pero creo que aquí se puede): la forma en que se desarrolló esta movilización y la elección de Bolsonaro ponen sobre el tapete dramáticamente, desde perspectivas diferentes, la gran centralidad de la comunicación política. Volveré sobre el tema en próximas columnas.

 

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